tras dos mucha.chas, tirándoles de las casacas,
les
repiten
imperiosamente: "¡No! ¡No dispar·en!"
El subprefecto echa chispas de furia.
De
pronto cam–
bia de opinión y ordena al pelotón que lo siga para abrir
de fuerza el convento. Los soldados rehusan al principio,
pero bajo la amenaza de
ser
·echados al calabozo, caminan
tras él temblando. ¿Qué va a suceder?
La noticia del inminente atentado corre. de puerta en
puerta: quinientos quichuas, de pura sarlgre o mestiZ!OS, acu–
den dispuestos a la defensa. A su vista, el malvado, que ya
.
preparaba el asalto, se intimida, vaeila y se
r~etira
ru;:te
la
amenaza de 1as hondas
y
los garrotes.
¿Pero no se propondría tomar su desquite? E;l corazón
de los indios lo temía
y
velaba. Hacia las ocho de la noche
se escuchan unos golpes discretos en la puerta del jardín.
Uno de los religiosos sale a ver qué sucede,
y
divif.a unn, for–
ma humana en cuclillas en el suelo.
-1¿Quién erés? -pregunta el .Padre.
·---.Antonieta.
-¿Por qué vienes sola a estas horas? ·
-~No
estoy sola ; a cincuenta pasos de aouí se encuen-
tran ocultos en los arbustos todos los de arriba.
¡Es
preciso
term'inar de una vez! Estamos angustiados por lo que a us–
tedes pueda suc·ederles,
y
hombres y mujeres hemos venido
a estranrnlar a vuestros enem'igos. No esperamos sino vues–
tra autorización.
-Pero, Antonieta, no
es
posible . Sería un crimen,
y
Dios
lo prohibe.
__...
-Entonces, ¿no nos das tu consentimiento?
-No: regresad todos inmediatamente a vuestras casas.
A la mañana siguiente, antes de las cinco de la madru:::t
gada, nuevos golpes a la misma puerta.
Es
Antonieta otra
vez.
Peaue~a
y
valiente, ella slrve siempre de explorador
y
m·ensaj ero.
-Adiós, padrec'ito - dijo llorando.-; ahora nos vamos.
Temiendo que estos bandidos de blancos vinieran a matarlos
porJ a n_oche, hemos permanectdo todos-al acecho,
·es~ondidos
·entre las piedras y los arbustos. Ya viene el día, adiós.
---~Graeias
a ti -respondió el Padre, emocionado-, gra–
cias a tu marido y a todos los hom:bres
y
mu}eres d·e allá
arriba. Sois todos unos vaUentes.
·
Si, tal
es
el corazón de los quichuas; no conoce los sen–
timientos tibios.
Es
_grande,
fogoso
en la amistad como en
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