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tuta
sobr~
50 de diám-etro; las segundas; de 40 a 60 metros
d·e altura sobre un -ancho proporc·ionado.
E1
:Clima asoleado
y
seco aseguraba la conservación de las momias.
- No ocurría lo mismo en la cordillera, donde las lluvias,
torrenciales
y
continuas en los tres primeros meses del año,
habrían inundado las sepulturas, o bien éstas podrían ser
arrastradas. por loo
a~ludes.
Por esto, los quichuas montañe–
ses no construyeron
j
amá:s
ne~rópo.Jis
a todo campo, sino
que buscaron
segu~o
asilo para aquellos -cuya alma se ha–
bía escapado de este n1undo.
· .Se les encuentra de diferentes especies. Hay algunas se–
pulturas que son simples dólmenes: una gran piedra lisa -co–
locad~
:sobre cuat:ro verticales, a una altura aproximada de
un metro del suelo. Además, las hay en forma de torres; al–
gunas
:s~on
bajas construcciones de pi·edra y -están provistas
de ventanillas para que los vivos conversen con sus ante–
pasados o puedan procurarles víVíeres o brindarles ofrendas;
otras son const111:cciones macizas de diez metros de altura;
pero lo que más abunda
son
las grutas mortuorias.
El pueblo cavaba subterráneos artificiales en las paredes
de g·reda que las erosiones del tterreno dejaban a descubier–
to; estas grutas tenían seis m·etros cuadrados de profundidad
y
en sus cuatro costados se abrían nichos.
Las vastas cavernas, muy nume-rosa:s en los vaHes an–
dinos, .y particularmente en las quebradas de los torrentes,
eran reservadas a los nobles. La mayoría de estos hipogeos
se oomponen. de una nave c·entral, de donde parten varias
galerías secundarias. A veces los indígenas han comunicado
varias cavidades vecinas por medio de corredores abiertos
en la rOtc.a ·viva. En ·estas criptas se
~encuentran
aún
los
vasos,
más
o menos coloreados
y
pre~ciosos,
que oontenian
las provisiones: a ambos lados, las mom.ias están ordenadas
en filas y apoyadas en las paredes. Algunas llevan una es–
pecie de estola de tela blanca pintada con dibujos rojo
y
negro o .carmín y azul.
Más
adelante hablar·emos de esto.
Para mejor proteger
a.lo:s muertos de toda posible pro–
fanación, los quichuas preferían a menudo los ant:rtos que
-se abrían a mediana altura en las paredes de los precipi–
cios. Por medio de cables de 50, lOO
y
aun 200 m·etros de
largo, ·uno de los parientes del difunto, con la momia en los
brazos, era descendido lentamente hasta la entrada del so–
cavón. Este delegado la dejaba en su sitio y luego ocultaba
la entrada con piédras y arbustos, precaución que convertía
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