incaica
y
con solamente ellos se efectuaban conciertos orquestales, de
considerable valor armónico, que bien se puede comprobar en caso
de organizarse un conjunto cabal y disciplinado.
La anterior aseveración cobra mayor acento de veracidad, si, con–
sultando a los cronistas de la conquista española, encontramos que a la
música se le dió un puesto de primera fila en el sistema cultural, bajo
los auspicios preferentes del gobierno, mediante academias bien orga–
nizadas.
En efecto, Garcilaso de la Vega manifiesta que en la Capital Impe–
rial existía un centro educacional, donde se enseñaba la
Nfúsica,
la Fi–
losofía, la Astronomía, la Poesía, etc. Por les mismos cronistas se sabe
que los Conservatorios musicales se llamaban
Taquiy huasi,
es decir,
La casa del Canto. Los profesores se denominaban
Taquicarnayoc,
y los
músicos en general,
C'lwchochij,
o sea, personajes regocijadores. Los
cantores recibían el nombre de
Taquij,
y
los flautistas, o "flauteros",
como los llama Poma de Ayala,
Pincollocamayoc.
Este cronista indio
refiere que los principales conservatorios musicales tenían su asiento
en el Palacio de las Vírgenes del Sol, y que las profesoras eran las mis–
mas monjas. "Las mujeres
acllas,
dice el cronista, que sacan (enseñan)
las cantoras
y
músicos y flauteros,
tamborileros, que le cantaban al
Inca y a las señoras Ccoyas, y a los sei'íores
Ccapaj apucanas
(hombres
principales) y a sus mujeres, y para fiestas
y
pascuas, casamientos y
bautismos y
huarachicuj
(imposición de la huara, o calzón, símbolo de
masculinidad),
Ttttuchicus
(corte del primer pelo) y fiestas del año y
meses, de todo lo que mandan los ingas; estas doncellas· tenían de edad
de doce ai'íos, escogidas de buena voz y
doncellitas."
De donde se des–
prende que no solamente para el culto religioso se preparaban cantan–
tes solistas, coros y conjuntos musicales, prolijamente educados, sino
que para el servicio inmediato del Inca y ele la Emperatriz, así como
para las funciones melódicas en el teatro y otros actos sociales, públi–
cos y privados. Es
~sí
como la Oncena Ccoya,
Raua Ocllo,
mantenía
con carácter permanente,
mil músicos y bailaTines
para la solemniza–
ción ele ¡os grandes banquetes y fiestas públicas que organizaba cons–
tantemente en el palacio Imperial y en los campos. Además, por la
misma historia y las prácticas que aún perduran entre los indios, se ve
que el pueblo incaico era extremadamente aficionado a la música, que
todos los actos de su vida entera los realizaban al son ele la música y
del canto, acompañándolos con danzas apropiadas.
Los instrumentos anteriormente catalogados, por supuesto, respon–
dían a la música sinfónica y social, porque también había otros ins-