trictamente verdadera. En materia de labrado y juntura
·de piedras, nada hay en el mundo que pueda superar la
maestría y precisión que ostentan los muros inkaicos del
Cusco. Todas sus construcciones modernas -y las hay
muy notables- parecen rudas y bárbaras en comparación.
En los edificios que voy describiendo no se encuentra
cemento de ninguna clase, ni
la
más remota evidencia
de que se hubiera empleado alguno. Las construcciones
en que se empleó arcilla pegajosa, mezclada quizás con
otros materiales adhesivos, para unir piedras brutas en
un bloque permanente de pared, son de un carácter muy
diferente del de los edificios del Cusco. Al desvirtuar así
perentoria~ente
las leyendas y especulaciones sobre algún
cemento maravillosamente adhesivo y casi impalpable que
se dice era empleado por los Inkas, y el secreto de cuya
composición se ha perdido, estoy enteramente seguro de
la responsabilidad que asumo. Nadie ha investigado ni
ha podido investigar mejor que yo esta debatida cuestión.
Y digo como resultado de un examen llevado a cabo en
casi todos los centros de la civilización peruana, que los
Inkas en sus construcciones de piedra labrada, se valían,
con raras excepciones, únicamente de la exactitud con
que juntaban las piedras y no de cemento para asegurar
la estabilidad de sus obras, que a no ser que sean derri–
badas por la violencia sistemática, perdurarán hasta que
el Capitolio de Washington se haya destruído, hasta que
el
Neozelandés de Macaulay contemple las ruinas de la
catedral de San Pablo desde los arcos derruídos del
Puente de Londres.
Las excepciones a que me he referido son casos como
los de Tiyawanaku, las chullpas de Sillustani y la forta-
91