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riores. Teniendo en cuenta el dima del país y la :falta de

conocimiento del vidrio, el número de ventanas ha de–

bido estar limitado a lo indispensable.

Pocas de las casas de la clase más baja de la Sierra del

Perú tienen aún ahora más de una puerta, y ésta con

frecuencia tan baja, que la entrada es difícil aun cami–

nando con las manos y las rodillas. El clima es frío y la

escasez de combustible explican suficientemente la defi–

ciencia de puertas y ventanas. La carencia de madera

explicará también la incongruencia real o aparente de

los edificios en cuya descripción he estado empeñado.

Tales edificios tenían techo de paja, como muchas de

las casas en la ciudad de Puno, y otras del interior en la

actualidad. En algunas de las construcciones de dos pisos

-como por ejemplo en el Palacio del Inka en la Isla de

Titicaca- en las habitaciones de los bajes que eran las

más pequeñas, el techo o cielo raso es un arco formado

por piedras superpuestas, techo que paréce haber sido el

m ás aproximado al verdadero arco empleado por los me–

jicanos y centroamericanos. No he encontrado otra clase

de arco en los edificios de piedra en el Perú, pero sí en–

contré un verdadero arco en una construcción de adobes

en Pachakamaq.

E l Templo del Sol fué el edificio principal y más im–

ponente no sólo del Cusco sino de todo el Perú, si no de

toda América. Los relatos acerca de su esplendor y ri–

queza dejados por los conquistadores, en los que agotan

los superlat ivos de su grandioso lenguaje han sido repe–

tidos tan a menudo que se han hecho familiares a los

lectores ilustrados. Según esas narraciones, este edificio

tenía cuatrocientos pasos de circuito, con altos muros de

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