CARLOS CAMINO CALDERON
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El
hi11:eal
brinda al hombre la útil
totora
que se con–
víerte en sombreros, petates,
,chipas
y cestos.
El
hineal
poblado de gallaretas y tiltiles, contempla la
carne color de centavo viejo de la china que, después de
sa–
carlo su mugre de lo carzone de ld blancas relambidas
1
se ba–
ña cantando:
Palomita .blanca) picha coloráu
llevalo esta carta a mi enamoráu,f .
..
Y el
hineal
es el tálamo donde, gef!eralmente, culminan
los amores campesinos. Ya lo dijo el cantar:
Por entrar al h.ineal
n'tteve m.eses de penar)
cuarenta días de ayuno
.
y afí@ y medio de ar-rulla-r!
.. ..
eca
Pero el
hineal
tien
tambié
sus tragedias : allí se ocul–
tan el ladrón
y
e profugo. Allí, durante la; noche, se ven
correr lenguas d fuego, y se escuchan medrosos
aleteyos .
..
HOMBRÉ DE CAMINOS..---<Los. viejos piuranos lla–
maban
hombres de caminos
a los bandoleros, y decían:
H om–
bTe de caminos, buena vida y m,ala muerte!-
En efecto, el
hombre de caminos
-que qtsi siempre era
un mestizo de algtJno de esos risueños pueblecitos de las
márgenes del Piura: Morropón, Chulucanas, Tambo Gran–
de, etc -
era un tipo-romancesco cuya valentía y generosi–
daa, no reconocían limites. Sin más ·compañía que su cara–
bina Remingtof!, .se batía contra una tropa de gendarmes; el
producto de sus robos lo repartía entre los pobres,
y
no ma–
taba sino en defensa propia,o en: acto de reparación.
La jarana, los gallos,
el
juego y las
muje~es,
constituían
sus -mayores goces.
Cuando el
hombre de caminos
abría la bolsa para apos–
tar sobre un gallo o sobre una carta, no había quien
lo
aguan–
tara.
Y cuando en un
pelamiento)
jarana o velorio, cogía