,
22
ESTAM P AS HUANCAVELICANAS
-Compañeros míos: ya que esta ciudad muda, silencio–
sa, casi desierta, nos recibe en un recinto ignorantes del gran
acontecimiento, tal vez bajo los pórticos del palacio del rey
David salmista, encontremos al Mesías prometido; tal vez
junto a aquellos derruídos torreones, donde el arpa del rey
poeta, con su melancólico . sonido, acompañaba los cantares
del vencedor de Goliat, hallemos algún indicio que nos orien–
te. Además, amigos míos, sabemos por la tradición hebrea.
por·1os vaticinios de los Profetas y por la revelación y creen–
cia general de los pueblos, que de la rama de David debía
nacer el libertador del pueblo de Israél y de la humanidad.
Perdida la estrella, a la que con tanta insistencia venimos si·
guiendo, desde nuestros lares, nos queda aún una esperanza:
continuemos nuestro camino . ..
Al llegar a la puerta de la Capilla de los Dolores, donde
representa el palacio de David, desmontan de sus cabalgadu- ·
ras, pero antes el Rey Blanco dice: acampemos en este lugar
sagrado, acaso ha llegado '1a hora feliz de postrarnos reve..
rentes a los pies del Dios - Hombre.
Mientras los Reyes descansan atendidos por sus esclavos,
para cuyo efecto han arreglado, en la puerta de la Capilla el
sitio bajo dosel con asientos cómodos y w1a mesa con ricos
dulces, buenos vinos y pisco, que los Reyes comparten con
sus admiradores, se produce en el Palacio de Herodes que es–
t á instalado sobre un tabladillo delante de la puerta de la
Iglesia Matríz, las escenas y diálogos siguientes:
- HERODES aparece ricamente ataviado, con una careta
que interpreta una faz horrible, con lacras y granos-, barba
encanecida, etc., se halla atendido por una infinidad de escla–
vos, pajes, centuriónes, etc., Salomé, Alejo, Sing·o, etc., etc.
Herodes.-Mis
hijos quieren ceñirse cuanto antes
mi
co–
rona. Los empíricos de esta ciudad son sus cómplices. ¡Oh!
si mañana vivo y si la ciencia es impotente para conmigo, yo
mandaré colgar desde los pórticos de mi Palacio a toda esa
caterva de avaros, vendedores de salud, que dejan a su Rey
morirse, en un rincón de su cámara. Lo oyes, Alejo? Maña–
na quiero que ahorques a todos los médicos de la ciudad, por–
que la ciencia es impotente para conmigo, porque sufro mu-