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59

XII

Hace muchos años un viejo solía narrarme episodios de la vida

de Don Juan Felipe Ibarra, que gobernó Santiago, con algunas in–

terrupciones, desde 1821 a 1851. He olvidado la mayor parte de

aquellos relatos, pero uno se me .grabó de tal manera que su recuer–

do aflora con nitidez renovada. Se refiere el pasaJe. a la costumhre

del "tirano" de usar una vincha roja ceñida a la cabeza que coin–

cidía con terribles accesos de cólera,

y

en los cuales eran particular–

mente despiadadas las sentencias y resoluciones que tomaba.

El largo padecimiento físico que aquejaba

a

Don Juan Felipe

-y del que muriera- producíale frecuentes e intensas cefalalgias,

exasperando de tal modo su natural violento que mucho de su en–

cono l\Caso fuera necésario incriminar a su maltrecha salud. Segu–

ramente encontraría algún alivio a su mal con la vincha roja, desde

u otros a todos,

y

éstos más o menos eit vos

más o menos e or el tiem o color s

di

t

·

el territorio pa ticu a. ·

cri d

La

depravac· ~n

,

o como una a tieular extr rdinaria loen·

ra muy extrem da;

ech r e

' e

tros o en las

sepultu~as,

otros revole

s cien s

~

e

· mundos, otros

muestran deseos de

diversas partes del cuerpo. Otros sin

exceptuar el se o

,

a io e

"mien

·s o estos, sin res-

guardo ni vergQ.e

n a es

e

;S

art , ·

te

~entre

otras

extravagancias

d:

ros muestran un gu fo vehementísib o con el aspecto de algu–

nos de los colores, ae moño que VJsto el que le gusta, logrado, lo abrazan y

besan,

y

como que quisieran introducirlo dentro de su pecho no con

meno~

ter–

nura tratan a un trapo rojo, v13rde o a una planta, tanto es el desorden que

introduce en la economía humana este fatal veneno.

Esta, pues, Hydra Lernea, cuyo terrible furor y aspecto se dejan atrás la

rabia de las más funestas malignas enfermedades, cede sin resistencia algu;na

al suave golpe de concertada música. Este es su cierto seguro antídoto. Ni las

Thriacas, Orvietanos y demá-s alexispharmacos contra sus venenos, ni el más

decantado febrífugo contra las intermitentes, ni alguno de cuantos auxilios

conoce hoy la medicina, iguala en certeza a este sonoro medicamento del ''taran·

tismo' '· He aquí la explicación y el modo: Conocido el accidente, viene el mú–

sico o músicos, que ya están diestros para estos casos. · 8ucede comúnmente estar

e] mordido postrado en tierra o en la cama,

sin

habla, los ojos cerrados, cu–

bierto de sudor frío sin movimiento alguno y casi luchando con la muerte.

Comienza el músico a pulsar su instrumento, probando aquellas sonatas que co–

múnmente son el remedio de los ''tarantulados'' (pues no para todos conviene

una misma sonata, ni aun unos mismos instrumentos) y

al

punto que acierta

con el propio comienza el moribundo a mover los dedos de las manos

y

pies

y

después los demás miembros y cabeza. 18'8 levanta como fuera de sí. Y aquel -'

que un instante antes, ya por lo insensible, ya por vehementisimos dolores de

piernas y articulaciones, ya por una post'ración de ·fuerzas suma, sólo pudiera

moverse por milagro, . comienza

~

bailar, a saltar furiosa

pe~o

con.certadamente,