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emplearse, acaso, con fuerte proporción de ácido fórmico en sus

glándulas.

En ciertas ''recalcaduras'' o luxaciones, empléase, después de

una friega con grasa de comadreja, una rodillera o tobillera de cuero

del mismo animal, que se usarán ''hasta que se acaben''.

No menos curioso es el remedio para el aborto, que consiste en

un té de raspa de ladrillo

y

hollín de cacerola''

y

el ''sudor del

hacha'' para combatir la ''cancha'', esa manchita blanca, probable–

mente una ptiriasis alba, que sale en la cara de ciertas personas.

Y aquel otro, no menos interesante, que preconiza para el mismo

mal, la aplicación en la parte afectada de un poco de "orín de vaca

negra'', con la que se pretende, seguramente, neutralizar la blancura

de la mancha.

Esta misma vaca, pero esta vez por medio de su leche, interviene

en la curación de la debilidad. · Ya de por sí esta . sustanciosa bebi–

da, es uno de los más completos

y

digeribles alimentos, pero ¿no

tendrá la de la vaca negra alguna propiedad, en vigor

y

fortaleza,

tan firme

y

ap o ada como la de

olor del animal de que proviene

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d o os, no sólo

una seria

y

di

a atención, sino u a respuest definitiva. Pero a la

espera de que ei m1 agro se pro uzca, la folk-medicina segu.irá for–

mulando su recetario de excentricidades

.y

extravagancias.

Véase, sino, el remedio que aconseja para curar la debilidad, el

cual consiste en pelear a brazo partido con la ampalagua, ese tre- · .

mendo viborón, sin veneno alguno, pero poderoso por su fuerza, que

es capaz de fracturar los huesos de ciertas personas delicadas

y

el

procedimiento pueril por medio del cual la gente pretende librarse

del dolor de muelas provocado por el "bichito", que consiste en

"hacerse compadre de la araña".

Tan simple como el que acabamos de ver es la receta con ·que. se

cura la erisipela., que consiste en la aplicación de la espumá que

"le queda en la boca al ternero cuando acaba de mamar". Pres–

cindiendo de los efect os de tal remedio, ¿no es verdad que tiene una

frescura de concepción, una gracia tierna

y

bucólica? ¿No tendrá,

también, la suavidad untuosa, la grasitud leve

y

diáfana que· la

piel ardiente necesita en tales circunstancias? Y si realmente no