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ZACARIAS MONJE ORTIZ

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res de la ciudad d_el Illimani, l1-1bian ejecutado al

Rvdo. P. Fray Antonio Barriga, franciscano,

"aun- ~

que lo supe después,

no por mandato de T<atari''.

¿Se puede dar prueba más lavada y relavada, con

mayor fuerza

d~

convicción que ésta, sobre el ni–

vel moral del Libertador Ka tari?

Siendo inútil reposarse en espera de respues–

W

a la pregunta, busquemos ohras razones para

convencernos de la naturaleza mística , consciente,

de Julián Apasa, terror de una de las má s f amosas

ciu_dades coloniales d.e Améric!-1.

,.

.

Debemos recordar que hemos

e~ tabl eci do

el

hecho de haberse preparado · p a r a <lar que hablar

de sí mismo, Katarj, mediante fa$ pláticas que ha–

brá oído en las ulakgas o cabildos, de labios d e los

cliuymanís

(los hombres de edad, literalmente, los

que tienen corazón). Toda actitud polí.tica del na–

tivo aimará, como de los demás aborígenes, pro–

viene de maduros exámenes y acuerdos tomados ·

en Consejo de ancianos o de jiliris (los mayores ).

Podemos estar ciertos .de que Ayoayo y . Sicasica,

tenían informes del movimiento que gestó Joseph

Gabriel Tupac Amaru, porque éste pasó por esos

pueblos, de regreso del Potosí, con rumbo a sus

pagos quechuas del otro lado del lago Titicaca.

Sea que el mismo Tupaj Amaru,

h~yales

da–

do avisos verbales a los sucasucas, o que ellos los

hubieren recibido por cañaris (correos uniperso–

nales de relevo en cada tambo o posta), el hechó

es que el movimiento "de la capital Tinta" los tu–

vo intdgados, y mayormente si ·ellos también sa–

bían que en la provincia de Potosí- y en Paria, pue-