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SUCASUCA MALLCU
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gido a mi prelado el M.
R.
P. M. Fray Gregorio
Suero, para que, vista la que le escribía
y
con la
más posible brevedad,
le despachase un religioso,
que les sirviese en el ministerio espiritual";'
que la
Bor~a
crea que Julián Apasa hizo el pedido "no
por tener veneración al estado sacerdotal", es lo
de menos, porque es un testigo tachable. El hecho
es que aquél frayle nos da un apoyo, que no espe–
rábamos hallar en el curso de esta especie de bio–
grafía del alma de T11pakj Katari, que, digamos
de paso, la llevamos adelante sin los recursos que
tuvo a mano, entre otros, Sainte-Beuve, porque és–
te analizó las vidas de gentes sobre cuyo discurrir
por el mundo quedó abundante. o regular docu-
mentación, e;pecialmente ei) lo literario.
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El caudil10
ae
Ayoayo; el místico de Kgapu–
ñuta, aquel impresionante cerr o al este de Sicasi–
ca; el exsacristán, desde Ja altura
polític~
en que
se hallaba, en su rango de jefe de las fu.erzas ai–
maráes que sitiaban a la ciudad de La Paz, no ol–
vidaba que más allá de los afanes militares y po–
líticos, había el deber de escuchar a la conciencia,
a cuyo fin, entre los mejores estimulantes, para él,
era tener capellanes .a mano. ·uno de éstos fué el
mismo padre Matías de la Borda.
Y esto no es todo. Dicho sacerdote proporcio–
na un precioso apoyo a nuestra tesis de la religio–
sidad de Julián Apasa, y es en esta .forma: El pa–
dre Matías, fué comisionado por ·el guardán del
convento de Copacabana,1para realizar el sacrifi–
cio que salvase de una ruina total ,el Santuario de
la virgen de Tito Yupanqui, y del degüello a los
moradores del anexo convento. Estaba de viaje
hacia los Altos de La Paz, el presunto mártir,
cuando al pasar por Warina supo que los si tiado-