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rriás Katari, por lo que atañe al apellido. Fueron
los ancianos ·de su conlarca los que en parlamen–
to le aconsejaron adoptar otro nombre y apelli–
do, y es qe fijarse cómo estaban al día en noticias
que Julián Apflsa, adopta a un apellido de los nom–
brados, el uno jefe hacia el norte de Sicasica, y
el otro cabeza de revolució!il en la provincia de
Chay~nta,
hacia el sud, y firma desde entonces
como Tupakj Katari.
.
.
El defensor de la ciudad de La Paz, autor del
diario del sitio que dicha población sufrió por
obra de dón Julián, brigadier don Sebastián de
Segurola, nada aporta . al" mejor trl:lzado de la fi–
gura de su adversario americano, al decir que
Apasa era un¡ indio ordinario "del pueblo de Ayo–
ayo", poi·que dentr o del sistema colonial en la
América esquilmada por los peni,nsulares, salvan–
do simples desigualdades de etapa evolutiva, que
aparejan correla tiva diferencia de goce de confort,
de alimentación y algunas más exterioridades. los
españoles eran tan ordinarios como los, ''indio·s",
pues gen tes de pro, hombres de élite que no hayan
salido de España al sólo fin de hacer o recobrar
fort'uh a a cualquiera costa, constituyeron reducidas
excepciones. Por lo de¡nás, nosotros mismos no es-
. tamos en estas líneas para sos-tener lo contrario,
pues que Julián Apasa no admite, como miembro
de otra civilización y gente de distinta cultura; co–
mo hombre de la plebe americana, 'no admite ,ni
soporta la comparaei ón, por ejemplo,
c~n
Carlos
III, amo de su señoría ·el Bri¡:;ad ier
y
j efe de una
mon ar quía o país or ganizado, siglo apenas antes
de que su corresp011 dienle
s id cm a
racial llegue al
per icl ito o apogeo . Ni en tonces, ni hoy, ni nuuca,
los soldados de l as ¡·azas
(rne
cursaron ya el tra-