ZACARlAS MONJE ORTIZ
19
1
que se desprende que -lo habló en su trato con pe-
ninsulares. ··
'
· •
·
No es, en consecuencia , digna de fe plena la
afirmación del padre Borda, pues su resentimiento
es preexistente a su Informe
y .
ia morfología ge–
neral ' d e la 'raza del .revolucionario, a los ciento
cincuenta
y
nueve· años de l;1 entrevista .d e caudi–
llo
y
clérigo, no ha podido sufr ir cambios, caso
d e haberlos, fundamenta)es.
Así que, si en cuanto a lo fí sico, Julián Apasa
no tuvo por qué ser a la fuerza un ser d esp r ovisto
d e simpa tí as, en lo m oral tampoco hay
fundamen~
t o para suponerlo siq uier a un alzado absoluta–
mente impuro como tampood
ur1
1
americano epí–
gono
y
angéli co.
Esto no o'bstaQte, 'la memoria de Apasa pade–
cerá de todos modos de los efectos de upa con cep–
tuación unilatera l, sea evocada sin odio o ap¿¡sio–
nadamente; ello se debe a que en sus días, tam–
poco después, no hubo J?luma que hubiese dejado
recuerdo de las cualidades positivas del héroe.
Son referencias de sus enemigos los únicos ele–
mentos que existen para conducir al historiador
o biografis ta
h a<
i ,
el conocimiento de aquel ser.
Por desgracia, ·· hay· por ci t ar ni un sólo a na–
lis ta boliviano que hubiese queddo detenerse si–
qui ra un cuart de hora ante la huella dejada por
Ap ·a o los otros americanos inmolados por que–
r er que seamos libres.
A
es to , e debe que un noventa
y
nueve por
ciento
de
nues tros contemporáneos, de Apasa no
ep a n nada má q ue lo referido en cuatro líneas
r ,
p e.
' lo a us aven tura revol ucionarias, entr los
años
1.í80
y
l,í
l.
•