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ZACARIAS· MONJE

ORTIZ

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estado constituidos en un noventa por ciento con

aborígenes absolutos.

No era bastante el deseo de libertad que acari-–

ciaba Apasa. Ni su vida entera habría sido sufi–

ciente para obtener la preparación

y

elementos de

lucha adecuados a una máxima probabilidad de

triunfo..

Julián Apasa era un desorbitado de buena

fe. El pastoreo antes

y

la sacristanía después, le

privaron de alistarse en las filas de los penin–

sulares

y

aprender algo de aquella técnica de la

guerra. Don Julián, por la tradición i·espetuosa de

su níemoria, gestó

y

vitalizó sus ideales revolucio–

narios pasando buenos ratos por día durante lar–

gos períodos de tiempo, en el rústico oratorio de

la cumbue del celTO de Kgapüñuta (la casa de hi–

lar). Meditó pues,

y

en la vecindad de Dios resol–

vió modificar su obscuro destino de esclavo de los

representantes del monarca español, por 1pedio de

alguna función principal que se relacione con la

urgencia de cambio que acusaba el estado gene–

ral de los naturales de Bolivia y otros países ame–

ricanos. Oró a

sola~,

pero también muchas auro–

ras lo hallaron en 'Kgapuñuta, explayante de sus ..

planes en el seno de cabildos, que eran

y

son pe–

queñas asambleas locales (ulakgas) , donde se exa–

mina una situación dada y se toman acuerdos pa–

ra el futuro con' relación · a ella misma.

Si Julián Apasa hubi ese sido un místico a la

,manera de los

eremítas

no habría acertado al a–

doptar su nombre de batalla a tiempo de lanzar–

se a la revolución. Ese éxito fué alcanzado por su

predeessor el cacique de Tungasuca, Joseph Ga–

bdel Tupakj Amaru, en cuanto a uno de estos cua–

tro nombres,

y

por otro jefe que le antecedió, To-