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catastrofe sucedida en el destrono del Principe Peruano. Un per–

fecta drama mnsico (& drama musical ?) , que

y6

mismo he

of.do

i

'visto representa1·,

me lo ha hecho entender asi. E ta tragedia daria

a conocer, como en este, Pais salvage i recien conquistado, aun en el

tiempo de la barbarie producia quiza modelos a Racine i a Volte,r;

pero de graciadamente ocultan los indios este tesoro que co'nservan

610 por tradici6n '' (Torno 4.

0

,

pag. 108).

Luis Valcarcel, carrnoso investigador del pasado, en su precio–

so libro "De. la Vida Incaica", intensas

y

sugerentes "captaciones

del e piritu que la anim6", nos ofrece algunos bellos trozos de

"cantables " como este de "Las tejedoras:

" Ya amaneci6. La luz se ha evaporado en el cielo y en la tierra.–

Debe estar contento el Creador. Deberia estar contento yo: pero

quebrantado tengo el coraz6n : una tristeza tan grande, ay

I. . .

be–

bo mis lagrimas al recordar las penas de mi vida. Perdi a

mi

ama–

da, y no la puedo encontrar: buscandola estoy tantos dias: por su

nombre la llamo y nadie me contesta. Es en vano que camine por

cumbres

y

quebradas, por rios y laderas. /, D6nde e tara, irisado pi–

caflor que vas volando por los cielos con tus alas de oro ?; abre ya

tu coraz6n, puedes acaso traer en el oculta a mi amada.

i

Oh, mu–

jer

!,

dia aciago en que te conoci y te ame: desde entonces, desde,

entonces cual un ebrio, camino

y

camino tambaleandome, como

dando vueltas en tenebrosa rioche".

Desolada nota en que contrasta la luz del amanecer esparcida

en cielo

y

tierra,

y

las sombras que circundan al quebrantado co–

raz6n del amante que perdi6 a su amada.

Y este otro cantar pastoril de Suriy-Surita:

A mi coraz6n le ordeno

que no ame.

y el pobrecillo contesta

que no puede.

Como bien lo hace notar Valcarcel. aqui se expresa la fatali–

dad del amor que pesa inexorablemente sobre. el coraz6n del hom–

bre: fuerza dominante, imperativo inevitable, mandato que se cumple

destrozando. Alma sensitiva el alma indigena. suyas fueron las sacu–

didas

y

desgarros que expresaron los poetas liricos de todos los tiempos.