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v

LA VIDALITA MONTAfIBSA

He dicho alguna vez que las musicas de los mon–

tafieses tienen una tristeza profunda; sus cantos son

quejas lastimeras de amores desgraciados, del de–

seos no satisfechos, de anhelos indefinidos que se

traducen en endechas tan sentidas como primitiva

es su expresi6n. Las noches se pueblan de esos can–

tares oidos a largas distancias, acompafiados por

el

tamborcito que sostienen con la mano izqµierda,

mientras con la derecha golpean

el

parche, arran–

cindole ecos como de gemidos lugubres.

Es

la vi–

dalita provinciana en la que

el

gaucho enamorado,

de in'spiraci6n natural

y

fecunda, traduce las vagas

sensaciones despertadas en su alma por la constan–

te lucha de la vida, Ia· influencia de los llanos soli–

tarios, de las montafias invencibles

y

el fuego sal-

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vaj e de su sangr e tropical.

Me he adormecido muchas veces al rumor de esos

cantos lejanos que parecen descender de las ' altu–

ras, como despedidas dolientes d e una raza que se

pierde, ignorada, -inculta, olviclada ,

y

se refugia en

medio de las pefias como en ultimo baluarte, repu–

diada por una civilizaci6n que no tiene para clla

ocupaci6n activa. Desterrada dentro de la patria,

se esfuerza por volver al seno de la naturaleza que