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IV

EL INDIO PANTA

Este triste episodio, que

llen6

de sombras mi es–

piritu, me recuerda que debo una historia,-la del

indio Panta, el t ambor de las fiestas religiosas,

el

indispensable musico de gatos y zamacuecas en los

hailes criollos, el bebedor invencible, el trasnocha–

dor

sin

rival, que lo mismo marchaba corrtrito al

lado de la imagen de la Virgen en los dias solem–

nes, como se pasaba la noche de claro

en

claro

r epicando zapateos y gritando "1 aro

!"

para que la

nifia de pies ligeros y el mozo de espuela chillona,

diesen

la

graciosa media vuelta revoleando los pa–

fiuelos sobre sus cabezas.

Era infatigable el indio Panta, y no se concebia

sin el Una parranda, ni se divertian

SUS

ve.cinos sin

que el fuese el alma de la fiesta; SU tambor es le–

gendario, y hoy, como un veterano, todavia redobla

y resuena vigoroso, pero no ya al golpe de sus ma–

nes curtidas, sino de sus herederos, que no tienen

la gracia, ni

el

aire gallardo, ni las coplas saladas,

ni las morisquetas con que, a modo de variaciones,

alteraba la monotonia de la musica del baile, y que

las parejas se empeiiaban en ejecutar con los pies,

la nifia levantandose el vestido hasta dejar ver sus–

movimientos agiles,

y

el mozo deshaciendose en

fi..,