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JOAQUIN V. GONZAI,p;z

dado todavta ; flotan en todo

el

territorio, vagando

sin

concierto, porque ningU.n pensamiento los ha re–

cogido

y

les ha dado la forma visible de la obra

duradera. Leyes, religion, poemas e historia, se cier–

nen en confusion, difusos,

perdid.os,

errantes; y sus

elementos atomicos, sus principios

y

sus formulas,

van borrandose con

la

invasion desordenada de lo

ex.terno, de lo ajeno, de lo exotico, constituyendo

un progreso institucional ex.trafio a nuestra natura–

leza, que no tiene nuestra savia

y

nuestro aliento

vitales.

Sigo mi viaje por un ancho camino bordado de

selvas seculares,

\)Gt

nn valle espacioso abierto de

pronto a la salida •de aquel paraje historico.

Alli

p arece haber surgido un pedazo de la naturaleza de

los llafios del ociente, con su vegetacion

corpul~nta

pero descarnada, su suelo arenoso

y

seco, sus vien–

tos y remolinos de polvo que, como trombas ma–

rinas, unen

el

cielo y

la

tierra en espirales movi–

bles. Seguimos la ruta que lleva al Huaco,

y

debe–

mos pasar por el pueblo de Sanagasta. Ya se ven

las puntas de los alamos, se siente el perfume de

los vifiedos y la brisa fresca de los sembrados y de

los manantiales. El valle se cierra a la entrada de

otra garganta estrecha

y

tortuosa, y alli, a sus puer–

tas, expuesta a las avenidas, se asienta la poblacion

que sirve a la ciudad de refugio veraniego. Una

larga calle, poblada de viviendas y de quintas, som–

breada por sauces llorones y alamos de aguda copa,

por entre cuyos claros se ve colgar de los parrones

tupidos los racimos de extra-0rdmario tamafio y va–

riado color, atraviesa toda su extension

y

termina

en la plaza. Al poniente la limita la montafia, y

al

pie de

esta,

como un castillo que hubiera construi-