JOAQUIN V. GONZALEZ
diciendo "1 adi6s, herrnanos
!"
tom6 el camino de la
ciudad. Los aldeanos se quedaron apifi.ados en el
camino, mirandolo alejarse, con los ojos humedeci–
dos por el llanto ;
y
un indio anciano exclam6 en
v-oz baja
y
temblorosa, emprendiendo
la
vuelta :–
"Pobre Panta,
ya
n1:> volvera"
.-Y
Panta no volvi6
hasta ahora, porque dej6 sus huesos, como tantos
heroes ignorados, en frente de Jas fortalezas del
Paraguay.
Alli qued6
la
caja, depositada a los pies de
la
imagen veneranda, como
la
ofrenda del patriota, que
en medio de su ignorancia tenia
la
intuici6n de los
deberes civicos, que como fuerza fatal le impelian
al combate. Era
la
sangre guerrera que clamaba a]
traves de esa ruda corteza indigena, como en el co–
raz6n del algarrobo secular se escucha el susurro del
insecto que tiene en el la vivienda. El indio Panta
ya
no vuelve, pero su sombra ha cruzado muchas
veces en las noches de luna poi la placita del pue–
blo, ha entrado en la iglesia donde el tambor con–
serva su memoria
y
el recuerdo de su devoci6n sin–
cera,
y
por mucho tiempo sus paisanos guardaron su
duelo, rezando siempre, a la hora triste del cre–
pusculo, un padrenuestro por el alma heroica det
soldado que muri6 por la patria.