JOAQUIN V. GONZAI,EZ
guras
y
en dobleces, siempre dentro del compas do
ta
danza.
Predominaba en el la sangre indigena; lo decian
los cabellos ensortijados, la piel negra y lustrosa,
la frente chata y los p6inulos salientes como las
rocas de sus cerros, los dientes blancos como mar–
fil
y
la barba escasa, semejante a un campo de trigo
diezmado por la sequia.
Era, pues, de esa raza criolla que tuvo en sus
manos
y
salvo la libertad de su suelo ; que oia la
llamada general para correr a alistarse sin rezon–
gos ni escondrijos inutiles; que iba a la pelea como
a una fiesta, y obededa en silencio, aunque se le
mandara sablear como granadero de Maip6, o a
asaltar una fortaleza como en Curupayti. N acido
para la fatiga, se vengaba bien cuando podia, cu:ui–
do imperaba la paz, cuando las guerras civiles con
sus montoneros, colorados y laguneros, dejaban
tranquila la provincia; entonces llegaba a la aldea,
jinete sabre la mula patria rohada con buen dere–
cho de la partida, y apeandose en el patio del ran-
. cho---adonde ya le seguian en procesi6n los veci–
nos, a la novedad y al festejo de su vuelta con sa–
lud, y como si nadcr hubiera pasado-les invitaba
para el baile, preguntaba de su caja, si no se la ha–
bian manoseado mucho, hada
carifi.osa los mucha–
chos y a las chinitas del pueblo, y abrazaba emo–
cionado a sus viejos amigos.
-"Ya ha vuelto Panta"-se deda de boca en
boca, y las muchachas empezaban a prepararse de
prisa para los bailes que comenzarian de seguro.
Era
SU
humor inagotable, y el solo valia la fclici–
dad del pueblo, que supo mantener entre musicas
y
jaranas, hasta que un dia lleg6 una compafiia dt