MIS MONTARAS
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tas de los macizos, se distingue muchas veces una
roca suspendida en
el
espacio, como esperando nues–
tra llegada para desencajarse
y
rodar sobre :10s–
otros. Se siente como un vertigo extrafio que des–
vanece los sentidos, y como una presion en
el
ce–
rebra, al imaginar solamente que aquella mole va
a desprenderse o viene cayendo.
Asi marchamos algunas hons,
y
como si asistie–
semos a un nuevo
fiat,
volve1.lzos al fin a contem–
plar
el
horizonte. Era ya el del inmenso valle cir–
cunscripto attn por altas serranias
y
que se llama
el H uaco. Es una cavidad inmensa, donde todas las
sierras lejanas
deposit.anSUS
aguas en la estacion
lluviosp.. Centro estrategico de la conquista incasi–
ca, aquella comarca fue mas tarde el teatro de su–
cesos sangrientos, aunque ingnorados,
y
de escenas
conmovedoras durante la predicacion del Evange–
lia. Los jesuitas plantaron alli por largos afios la ·
cruz solitaria de la misi6n civilizadora,
y
dejaron
los rastros imperecederos de su paso, en las creen–
cias, en las supersticiones, en las costumbres de los
moradores, en los campos que cultivar0n
y
en los
altares construidos para sus imagenes, viajeras por
todos los climas del mundo.
Cuando he vista a la distancia el tech.a de la casa
paterna, edificada de rustico adobe encima de una
colina,
y
el
grupo verdinegro de los alamos que re–
novaron mi.s abuelos ; cuando he r ecordado la his–
toria sombria de los
prim.er(•~
afios
de
mi vida, trans–
curridos en medio de
la~
f.'t".t
egrinaciones de mis pa–
dres, perseguidos por la cuchilla
y
la l'a.nza de los
barbaros en la epoca dolorosa de nuestra
anarquia:
cuando la p:rimera rafaga de aire vino a
mi
en–
cuentro dcsde aquel humilde caserio, senti anudarse