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JOAQUIN V.

GONZAI,~Z

w

la vieja estancia

!

Quiero pintailo porque lo veo

aun, iluminaQO por mis dolorosos recuerdos y las

suefios indelebles de mi primera edad.

Alli esta la capillita de adobe crudo y alero de

paja, de gruesas paredes, don<le anidan las palo–

mas silvestres y cuelgan sus panales las abejas, le–

vantada sabre el extrema de una colina, mirando

al

norte; la puerta de madera medio pulida, epcaja

en un grueso marco grabado, de lineas curvas que

parecen enroscarse en su derredor como una hiedra

petrificada que hubiera perdido las hojas, y en cu–

ya parte superior se lee esta fecha-1664-en

el

centro de un curioso arabesco de matematica re–

gularidad. Un grupo de algarrobos frondosos, que

parecen haberse renovado muchas veces, presta

sombra al atrio diminuto; y a su frente se extien–

den las vifias y alfalfares que embalsaman el aire.

El interior impone al espiritu un recogimiento '

profundo: le recuerda las primeros templos cristia–

nos, levantados en el coraz6n de los bosques germa–

nicos y en medio de las persecuciones de las empe–

radores. El altar es de una extrema sencillez .: solo

hay sitio en el para una imagen y para

el

oficio.

sagrado ; restos de columnas de madera que pare–

qen haber sido doradas, se levantan todavia, dando

idea de la arquitectura de aquel pequefio palacio des–

tinado a contener el

sancta sanctorum,

y las ima–

genes del culto y de las misiones jesuiticas.

Suspendida en

el

alto de la muralla, respetada por

los siglos, muda, descolorida, agrietada, se yergue

la catedra, encima de un conjunto de escombros in–

formes, como enseii.ando que en medio del torbelli–

no de las razas, del derrumbamiento de sus obras,.

de la destrucci6n del mundo, quedara siempre vi-