MIS MONTARAS
la
tarde
en
el ancho corredor de la casa solariega.
con el
coraz6n sobresaltado
y
mirando siempre in–
quieta a todos los caminos. M uy pocas veces he
visto a mi padre durante aquel tiempo, y muy tarde
supe que aquella ausencia era porque vivia lejos,
sobre las armas, ya reclutando las soldados bisofios,
para hacer la guerra al caudillaje, ya huyendo por
las montaiias lejanas, de la persecuci6n a muerte de
la
soldadesca triunfante.
N uestra primera instrucci6n
fue
recibida am ; pe–
ro ya teniamos cartillas con grandes abecedarios que
comenzaban con una cruz, de donde nuestros indi–
ces no pasaban nunca, porque no respetabamos a
la preceptora de doce afios, nuestra hermana nlJ.a–
yor, que habia aprendido a leer en casa por el mis–
mo sistema
y
que mal disimulaba sus deesos de ti–
rar el "cat6n" para jugar con nosotros. Ella, la po–
bre, tambien sufria con la profunda tristeza de
nuestra madre, y buscaba pretextos para engafiarse
a
si misma ; y nosotros aumentabamos sus prematu–
ros martirios, haciendola renegar en la escuela que
improvisaba debajo de un galp6n de quincha. Bien
poco duraba, por cierto, aquel tormento comun, por–
que las tentaciones eran .f.recuentes para dar el sal–
to de la silla de vaqueta hacienda volar al techo
las cartillas; y muy poco el amor a la ciencia para
que pudieran sujetarnos en aquella grave faena. Y
hadamos bien, porque mi pobre madre sufria vien–
donos reir inconscientes de los peligros que amena–
zaba diariamente la vida de su esposo, y quiza tam–
bien la nuestra. Entonces, ya el negro Melit6n te–
nia preparado nuestro paseo por las lamas de lim–
pias
lajas,
que se divisan desde el corredor como
manteles tendidos para una fiesta campestre, bor-