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MIS

MONTA~AS

e1

OCUltas en lo mas espeso de los talas, llaman sin

Ce–

sar al am.ante ausente : estas romanticas inc6modas,

que en media de la sonrisa de todo lo creado, es–

tan

produciendo la nota dolorida que no ha de

£al–

tar

en n.inguna alegria de este mundo. Pero all'a,

en

la

alta region de las nieves y de Ios rayos, no se

oye otra musica que los roncos graznidos de las

grandes aves, que en las noches resuenan como al–

tercados de orgia, como 6rdenes secas -de una guar–

dia avanzada en la obscuridad, como cortversaciones

de ancianos, como voces profundas de frailes re–

zando un funeral, hasta que el nublado desperen.:a

sus moles, moviendose en el fondo del cielo como

deformes animales que grufien cuando sacuden el

suefio, o bien comienza a extenderse, ' figurando

monstruos extrafios, como se veria el fondo del

Oceana iluminado por un sol interno; despues, el

trueno de las eternas iras, sacudiendo las seculares

cimientos, da a todo ,lo animado la sefial de la ple–

garia, de la suplica, del terror. Cuando el trueno

estalla encima de las grandes montafias, hay que

caer de rodillas ante esa potencia que hace crujir

los ejes del planeta, si la chispa de su mirada se

cruza entre la tierra y el cielo.

· Pero volvamos al sendero tortuoso por donde .ca–

balgando apifiados sabre una bestia jubijada, hasta

de

tres en una, saliamos a nuestros frecuentes re–

creos de tan escasos estudios. Ya los pajaros nos

tienen miedo y vuelan a esconderse en las qa:ebra–

das, abandonando a nuestras inicuas devastaciones

los nidos, donde quedan tiritando de f rio los po–

lluelos ; nuestras hondas hacen estragos, cuando arro–

j an silvando las piedras que hemos juntado en la

arena ; los enlazadores se entretienen en desparra-