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JOAQUIN V. GONZALEZ

mar las majadas que pacen tranquilamente en las

hierbas, tirando intitilmente la lazada inexperta ;

otros, mas practicos, se apartan del grupo en silen–

cio y a hurtadillas, porque saben el secreto de un

panal en forrhaci6n que descubrieron antes, jura–

mentandose de no revelar el sitio, hasta que la im–

paciencia, frustradora de tantos buenos designios.

Jes obliga a delatarse por el humo que hicieron para

ahuyentar las abejas, o por el grito indiscreto que

lanzaba el explorador sigiloso, cuando la reina ctel

enjambre, que ha quedado la tiltima, le ha clavado

su aguij6n en

el

rostro.

La

desgracia concilia a los hombres, y entonces

es fuerza compartir el duke botin cosechado en lu–

cha abierta con abejas y

huanqueros

en el hueco de

un card6n anciano, dentro de un nido aban<lonade>

por el carancho antipatico, o entre la rajadura de

una pefia que dividieron las conmociones subten-a–

neas. El festin empieza y acaba en un momento>

y sigue la expedici6n en busca de huevos de per–

dices y palomas, de chorrillos y piedrecitas ·de co–

lores, de flares del aire y tunas silvestres--frutos

de la infinita variedad de cactus de la comarca,–

y a buscar la

doca

suculenta que cuelga de la enre–

dadera tupida dentro de un verde estuche en forma

de coraz6n.

Al caer la tarde, los silbidos r

~s •~

un.en

en un solo.

punto, y emprendemos la vuelta; cargados con las.

sobras del banquete para regalar a los que se que–

daron, teniendo cuidado de ocultar los ex.cesos co–

metidos en la

com~da

enciclopedica; pero lo que no

falta son los obsequios de flores silvestres

y

de.pi

chones, de nidos y de plantas; como que todo eso.

no se puede oomer y sirve para

adom.ar

la

casa.