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MIS MONTARAS

cabeza, y no recuerdo haberla visto sonreir una sola

vez mientras duro el v·iaje por aquella via dolorosa.

Alzamos nuestro hogar para no volver a verlo mas

en aquel sitio consagrado por tantos recuerdos,

y

fuimos a vivir a la capital, mient r as duraba la pri–

si6n de mi padre.

Era un verano abrasador, como lo es en aquella

tierra sedienta; el pueblo estaba ffulebre, con las

puertas cerradas casi todo el dia, ya porque el tran–

sito fuese imposible, ya porque

el

temor a la sol–

dadesca obligase a las familia s a vivir en clausura

perpetua. Las delaciones, las infidencias, se

~ce­

dlli.n, como acontece en las sociedades donde impera

el terror al poder. El criado que sirve dentro de

casa espia los menores movimientos ; el pariente que

va de visita a informarse de la salud de la

£am.i–

lia, lleva la intenci6n del espionaje; la tia mojigata,

envuelta hasta la nariz en su manto negro de me–

rino, entra a cada momento en esa francachel;;i. pro.

vinciana, para la cual no

hay

puerta ni conversa–

ci6n prohibidas,

y

mientras toma

el

mate, pasea

lo~

oj os escudrifiadores por los rincones de la habita–

-cion,

y

entrecorta sus ·charlas insulsas con pregun–

tillas de politica, como quien busca uno de su opi–

nion diciendo :-uPero

.!

que piensan ustedes de este

atentado que acaban de cometer

?"-y

la respuest.l

imprudente vuela a los oidos del tiranuelo advene–

dizo, que tiene

la

suerte de hallar una sociedad que

lo adule

y

lo auxjlie en sus pesquisas vengativas.

La atm6sfera parece saturarse de flw."dos de in–

famia~

de rafagas descompuestas, de perversiones

y

sutilezas increibles, cuando los pueblos han perdi–

do su cohesion

y

la anarquia

ha

penetrado en su

sangre, en su criterio, en sus sentidos.

La

opinion