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JOAQUIN V.
GONZAL~Z
pufiando una vara de akalde, vestido con
el
traje e
insignias de este titulo en aquella epaca, destellan–
da luces celestiales, irradianda sus ojillas azules y
brillando su cabellera rubia, se apareci6 en medio
el Nino Jesus, como la historia lo representa cuan–
do predicaba entre los doctores incredulos. La fas–
cinaci6n fue repentina, el encanto deslumbrador,
~·
como fieras magnetizadas cayeron de rodillas los
rebeldes ante · aquella varita, levantada en alto par
un alcalde de doce afios.
El hermoso Ni.fio bendijo aquel concurso que le
adora con terror
y
emocion ; el atribulada ap6stol
le bes6 los pies, porque la aparici6n sublime e ines–
perada le dej6 at6nito
y
transportado de divino fer–
vor. El maravilloso Alcalde le toc6 con su mano cu–
briendole de gracia;
y
despues de pedir para si los
caciques y de cederle la chusm3: innumerable, coma
un premio por su heroismo y una confirmaci6n de
su valimiento, desapareci6 en el espacio, dejando
en el ambiente un suavisimo perfume como de vaso
sagrado, y una estela luminosa como la de una es–
trella que rueda en la noche.
La
belicosa asamblea
cambi6 el aspecto tosco y grufiidor por el de la mas
sumisa devoci6n, y fue a deponer sus furores y sus
armas a los pies det Patriarca, ante cuyo poder de
hacer prodigios hubieron de convencerse de que la
lucha era inutil, y que sus propios dioses le pro–
tegian de manera tan visible.
Los jesuitas, he dicho, recogieron aquel suceso
para darle forma tangible
y
practica en el gobierno
y en la religion; para combinar los elementos sal–
vajes con los cultos de aquella leyenda, y para ha–
cer,entrar en la obscura con.ciencia de los indios la
idea de las dos potestades (;}Ue gobieroan las socie-