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JOA.QUIN V.

GONZAI.EZ

verdad ; pero ese pueblo fascinado por la belleza

de la graciosa imagen, se figura verlos movedizos,

repartiendo miradas que son bendiciones,

y

cree ver

sonreir sus labios encarnados, como si se sintiera

satisfecho de la piedad de los devotos. Una musica

C!le violin

y

tamboriles rusticos, ejecutada por artis–

tas criollos, marca el pausado compas de la marcha

con sonidos apagados e intermitentes, que mas bien

parecen el acompafiamiento de un ajusticiado; pero

en medio del singular conjunto no serian reempla–

zados con mejor efecto.

"Grave, solemne, pausado"-como dice el poeta–

sobre sus andas sostenidas por cuatro indios mo–

rrudos, se encamina San Nicolas al encuentro de

su protector. La masa del pueblo le sigue embele–

sada; el Inca va detras en medio de dos cofrades

que sostienen sobre su cabeza, a modo de dosel, un

arco forrado de tules de color abullonados

y

entre–

cruzados por cintas de las cuales penden las reli–

quias, como solian hacerlo en los tiempos antiguos

el Inca verdadero

y

sus mujeres. Impone una vaga

tristeza aquel aire de majestad que se toma el po–

bre Inca cuando ejerce su grave ministerio

y

sa–

cerdocio; envuelto en una atm6sfera de sueno

y

beatitud, con los ojos cerrados, como contemplan–

do un mundo ideal que no quisiera ver disiparse

,con la luz · del sol de Enero, entonando con voz

ahuecada

y

fatigosa por la edad

y

los achaques, la

canci6n consagrada, al son mon6tono de su tamboril

bereditario, sigue paso a paso las andas tardias del

Santo Patrono. De rato en rato, los diaconos que

le acompafian inclinan delante de el por tres veces

consecutivas el arco de las reliquias, mientras repi–

·te

fas palabras de la adoraci6n quichUa a que ha-