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JOAQUIN V. GONZALEZ
dadas de cactus encarnados de menuda espina, que
se levantan como serpientes enroscandose en los ar–
bustos, y de £lores del aire que en dispersion ca–
prichosa salpican los arboles. Mis dos hermanos ma–
yores tenfan montura, poncho
y
lazo, y a nosotros,
los chicos, tenian que enhorquetarnos en las ancas
de las pacientes bestias.
Admirables los paisajes que se divisan desde la
casa: el horizonte, limitado a lo lejos por una alta
y afilada sierra, deja ver, no obstante, extensiones
planas o series de lomadas tendidas a su pie como
su basamento necesario. Alli esta lo pintoresco, lo
gracioso; la linea curva de las colinas sucesivas,
forma contraste con la rlgida recta
y
los angulos
untformes de las altas cumbres. ,A.qui la belleza del
detalle, la pendiente corta y suave, la vertiente si–
lenciosa que va formando lagos pequefiisimos de los
huec0s de las pefias, haciendo surgir esas floreci–
llas que tapizan, mas bien que' bordan
SUS
marge–
nes; alla arriba la imponente majestad de los co–
losos, la gravedad solemne de los monolitos que pa–
recen brazos alzados al cielo; las hondas quebra–
das y los profundos precipicios siempre repletos de
nubes, que bajan a reposar el vuelo y a nutrirse
de los fh'.iidos terrestres ; en el valle los melodios6s
y acordes cantos de zorzales inquietos, que se Ha–
man entre si con notas convenidas; de jilgueros tri–
nadores que se asientan en grupos a tocar sus va–
riaciones de dudosa limpieza; de canarios pequefii–
tos, de negra
y
luciente pluma, que les cubre como
una capa de terciopelo su camisita amarilla, y vue–
lan ' juntos riendose con sus voces tiples, como si
huyeran de la abuela que los viniese persiguiendo
con la vara de mimbre ; de
llantas
inconsolables, que