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54

JOAQUIN V.

GONZA~EZ

1

Oh, ya se extinguieron esos tipos de la lealtad

a muerte, nacida de

la

comunidad del sufrirniento

entre sefiores

y

criados, en cnyas relaciones mas

pareda obrar el vinculo del amor que

el

de la ser–

vidumbre

!

Alli se conserva

la

tradici6n del negro

Joaquin, esclavo de mi bisabuelo, que se ponia que–

joso cuando se le prohibia servir

la

brasa en Ia

palma de la mano, donde la sostenia sin

el

menor

dolor, porque las faenes del campo le habfan enca–

llecido la piel. Y era, sin embargo, un hombre lihre

que pagaba con abnegacion

el

carifio acendrado de

sus amos, quienes le lJamaban "Tata". En sus brazos

se criaron abuelo,

·ttii .

·adre y mis tios ; el les ensefi6 a

montar a cabar10, <:m ·i ezandolo primorosamente con

momturitas a la moda criolla ; el los entretenia par

las tardes, en Ios paseos por las faldas pintorescas o·

por l-0s arroyos silenciosos de las sierras cercan1s ;

el les trenzaba lacitos para que aprendieran a

pealar

en la yerra como verdaderos gauchos, asimilanno–

los a la vida campesina, y se los prendia al costado

del apero, mostrandoles tambien el arte dificil de

enlazar de a caballo en

el

piano yen

el

cerro empina–

do; el les ensefi.6 a no tener miedo a los difuntos

ni a los vivos, llevandolos a largas exjediciones a

pasar la noche, al raso, durmiendo sabre el

sue.Jo

en el fondo de una quebrada obscura, donde se de–

da que bajaba el diablo y donde las brujas celebra–

ban sus fiestas espeluznantes.

Era el 11egro Joaquin el maestro de una educa–

ci6n vigorosa, sana y

var~:mil,

de que era el mismo

la mejor prueba con su estatura gigantesca, sus bra–

zos coma un gajo de algarrobo, sus manos como

enguantadas de acero

y

sus piernas coma columnas

cle granito;

y

as.i tambien aquella armadura inque-