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JOAQUIN V.
GONZA~EZ
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Oh, ya se extinguieron esos tipos de la lealtad
a muerte, nacida de
la
comunidad del sufrirniento
entre sefiores
y
criados, en cnyas relaciones mas
pareda obrar el vinculo del amor que
el
de la ser–
vidumbre
!
Alli se conserva
la
tradici6n del negro
Joaquin, esclavo de mi bisabuelo, que se ponia que–
joso cuando se le prohibia servir
la
brasa en Ia
palma de la mano, donde la sostenia sin
el
menor
dolor, porque las faenes del campo le habfan enca–
llecido la piel. Y era, sin embargo, un hombre lihre
que pagaba con abnegacion
el
carifio acendrado de
sus amos, quienes le lJamaban "Tata". En sus brazos
se criaron abuelo,
·ttii .
·adre y mis tios ; el les ensefi6 a
montar a cabar10, <:m ·i ezandolo primorosamente con
momturitas a la moda criolla ; el los entretenia par
las tardes, en Ios paseos por las faldas pintorescas o·
por l-0s arroyos silenciosos de las sierras cercan1s ;
el les trenzaba lacitos para que aprendieran a
pealar
en la yerra como verdaderos gauchos, asimilanno–
los a la vida campesina, y se los prendia al costado
del apero, mostrandoles tambien el arte dificil de
enlazar de a caballo en
el
piano yen
el
cerro empina–
do; el les ensefi.6 a no tener miedo a los difuntos
ni a los vivos, llevandolos a largas exjediciones a
pasar la noche, al raso, durmiendo sabre el
sue.Joen el fondo de una quebrada obscura, donde se de–
da que bajaba el diablo y donde las brujas celebra–
ban sus fiestas espeluznantes.
Era el 11egro Joaquin el maestro de una educa–
ci6n vigorosa, sana y
var~:mil,
de que era el mismo
la mejor prueba con su estatura gigantesca, sus bra–
zos coma un gajo de algarrobo, sus manos como
enguantadas de acero
y
sus piernas coma columnas
cle granito;
y
as.i tambien aquella armadura inque-