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JOAQUIN V. GONZALEZ

Ya no es el combate de pueblos de una 'misma

raza y nivel intelectual; ya no son las armas im–

periales del Cuzco, ni es Ollantay, viniendo en $On

de guerra a sujetar en un cinto de blando acero to–

das las tierras del Sol; no, porque los pijaros ago–

reros han huido exhalando gritos siniestros, y el

eco ha traido del occidente

el

_estrepito de armas

y

voces desconocidas.

·Cumplieronse las antiguas profecias; aquel idolo

·que miraba al Oceano y con el brazo derecho

ar–

mado sefialaba el Continente,

-era

la expresi6n

es–

cultural de

ese

temor secreto que preooupaba

a

la

naci6n quichua.

De

alla, de esa inmensidad de agua

cuyos limites nadie conocia, debian venir grandes

catastrofes para la patria; los sordos e intermina–

bles rugidos de las olas, que

sin

reposo venian a

romperse en la costa, paredan anunciarles en to–

dos los momentos que traerian

algt1n

dfa

la nave

conquistadora. Demasiado pronto se cumplieron tan

terribles pronOsticos.

La

unidad del Imperio no ha–

bfa

concluido de cimentarse

en

los h.abitos de

los

pueblos que formaban su masa; el scntimiento na–

cion al recien nacido, fue ahogado cuando empezaba

a ser una fuerza colectiva. Aquella

raza,

en tal mo–

mento hist6rico, sometida

al

yugo de la conquista,

me r ecuerda una bella e sclava Comprada cuando

SC

a bre su

alma

a las seducciones de la vida, y so cuer–

po vir ginal a las influencias fisicas que

lo

dotaban

d e gracl.a

y

de fuerza.

La

lucha

foe

sangrienta, general

y

parcial: los

ejercitos peleaban

por

el imperio, los pueblos y

w

t:ribus por

el

pedazo de tierra donde nacieron y

donde cavaron sus sagradas huacas, verdaderos tem–

plos subterraneos d onde se encierran las cenizas

pa-