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so

JOAQUIN V. GONZAI,P:Z

difundida por las grutas, los intersticios, las cuevas,.

los nidos y los arboles. El eco es

SU

voz. EI

mo–

dula y expresa todos Ios tonos: el canto triste

deJ

pastor que habla a solas con la inmensidad,

el

ruido

terrorifico de la mole desprendida de su quicio, los

gritos destemplados del combate

y

los alardes es–

truendosos de la victoria.

T

odo eso y cuanto en la creaci6n tiene un

so–

nido, se escucha y se sabe mas all:i, y mas alla, de

manera que no hay silencio tan inquieto como aquet

solemne silencio de las montaiias donde

el

vuelo

de un ave alarma todos los nidos, las guaridas

y

las

viviendas.

Encima de una cumbre solitaria, sin indicio de

morada humana,

y

como nacido de la piedra,

se ve

un

indio sentado, con la vista fija

en

el sol poniente,

o p01· la noche en esas vagas claridades, que son

como fosforescencias de

la

noche misma.

De

pron–

to se yergue para mirar con ojos de aguila

el

fondo

del abismo,

o

ya aplica

el

oido

a

las rocas

com~

para escuchar

un

ruido subterraoeo.

Alli

esta, in–

m6vil, quemandose con el sol, azotaodose con el

viento, sobresaltado, nervioso, inquieto; la noche

ha

llegado, las estrellas comienzan a aparecer en

el

fondo obscuro como las hogueras en

un

campamen~

Jejano,

y

el

aire a traer consigo todos

los

rumores

de la llanura y de la montaiia. El indio se levanta

de s1lbito, da

un salto,,

inverosimil hacia abajo,

y

etro salto

y

otro mis,

y

hacienda rodar las piedras

bajo las pisadas de

la

usuta

invulnerable, se aleja

por sendas desconocidas, en carrera fantastica

co–

mo de espkitu siniestro.

Es

el

centinela avanzad'O a

enormes

distancias del

campam.ento ; tiene los secretos de

la

monta.iia,

co-