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llIS

MONTAS.AS

das atin en la obscuridad, el mas notable de Jos con–

trastes que ningiln pincel podria trasladar al lienzo.

Los abismos que costean la calzada dejan ver poco

a poco sus senos profundos, hasta que la luz plena

del cenit muestra muy abajo de nuestros pies, des–

lizandose en curvas indefinibles,

el

torrente que

socava sin reposo la base del granito.

Marchamos Jargas horas por aquella quebrada es–

trecha, de vueltas interminables, en medio de las

emociones mas variadas, desde

el

temor supersticio–

so hasta la suave sensaci6n de un suefio paradisia–

co; y de subito vimos abrirse ante nuestros ojos

un ancho valle casi circular, a donde tienen acceso

todas las vertientes de las serranias que lo circun–

dan. El cielo se muestra en toda su plenitud

y

es–

plendidez, y como salidos de una galeda subterni-

' nea, aspiramos con avidez

el

aire pleno, paseamos

con loca libertad la mirada y nos lanzamos

al

ga–

lope, como escapados de una carcel. Es el valle

donde los calchaquies tuvieron su fuerte avanzado

sobre la llanura, el Pucuni, que corona un pico

casi aislado en medio de la planicie, y situado de

manera tan estrategica como pudiera imaginarla el

mas experto de los guerreros. Sobre aquella atalaya

que domina los cuatro vientos, divisando a distan–

cias inmensurables, he meditado tristemente sohre

1os destinos de las razas. sabre la evoluci6n del es–

piritu humano tras de su porvenir desconocido, y

he visto desplegarse,

~

traves de sombras dolorosas,

la bandera de mi patria en muy Jejanas regiones ...