M:IS M:ONTA.BAS
de sonidos aunados en la altura en la profunda no–
dte
!
El torrente que salta entre las piedras, los ga–
jos
que
se chocan entre si, las hojas que silban, los
millares de insectos que en
el
aire y en las grieta.s
hablan su lenguaje peculiar, el viento que cruza es–
trechandose entre las gargantas y las pefias, las pi–
sadas que resuenan a lo lejos, el estrepito de los
derrumbaderos, los relinchos que el eco repite de
cumbre en cumbre, los gritos del arriero que guia
la piara entre las sombras densas, como protegido
por genios invisibles, cantando una vidalita lasti–
mera que interrumpe a cada instante
el
seco golpe
de su guardamonte de cuero, y ese indescriptible,
indescifrable, solemne gemido del viento en las re–
giones superiores, semejante a la nota de un 6rgano
<JUe hubiera quedado resonando bajo la b6veda de
un templo abandonado : todo eso se escucha en me–
dio de esas montafias, es su lenguaje, es la mani–
f
estaci6n de su alma henchida de poesia y de gran–
deza.
Esos musicos de la montafia, coma artistas novi–
cios, se acultan para entonar sus cantos. La luz los
aprime, los coarta, coma si vieran un auditorio se–
vero en los demas objetos que pueblan la selva;
porque en las noches de luna, cuya claridad ilumi–
na los huecos mas rec6nditos, la escena Cambia CO–
ma movida
por
un maestro maravillosa.
Los acordes estruendosas, los crescendos colosa–
les, los rugidos aterradores que surgen del fondo
de las tinieblas, se ·canvierten en la meladia duld–
sima y suave, casi sofiolienta, coma si tados las
~eres
que alli viven tuvieran mieda de turbar la
serena marcha de esa soncimbula del espacio que
desplegando blancos tules cruza sobrc: las rnontaiias,