JOAQUIN V. GONZAI.£%
las nubes bajan a formar diademas, la gran cordi–
llera de los Andes. Son esas montafias, inagotables
a la observaci6n. Cundo se ha creldo conocerlas. nos
sorprende el morador de sus valles
CO!"!
la relaci6n
de un monumento hist6rico o de la naturaleza, del
hombre culto o del indigena extinguido. Sus hue-–
llas estan frescas todavia en el suelo y en las cos•
tumbres,
en
la habitaci6n
y
en
la fortaleza, en
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usos y en los festivales de sus descendientes.
Rastros de los ejercitos de la conquista;
resto~
de la tosca vivienda del misionero, a quien no
arr~
daron las flechas
ni
los desiertos ;..muestras indes–
tructibles del esfuerzo civilizador en la construc–
ci6n del granito : todo esto se ve diariamente con
la indiferencia estoica de otra raza que no la nues–
tra, en el camino tortuoso que abre paso hacia la!
comarcas donde se pone el sol. Enormes masas de
piedra cuya altura aumenta a medida que se avanza,
lo flanquean por ambos la<los; y asi, por largo es–
pacio, parece aquella hendedura la selva que
po–
blada de
tan
raras bestias, extravi6 al poeta del
"infierno".
Alli
la
noche tiene lenguaje
y
tinieblas extraor–
dinarios. El viajero marcha inconsciente sobre la
mula poc entre bosques de arboles gigantescos y
casi
~udos,
que al aproximarse en la obscuridad
se asemejan a espectros alineados que esperasen al
caminante para detenerlo con sus manos espinosas.
Se siente a su aproximaci6n ese
frio
que inmovili–
za y espeluzna, cuando con la imaginaci6n excitada
par el terror de lo desconocido, nos figuramos va–
gar entre los muertos.
IY que soleda.d tan llena de riudos extrafios·!
1Que armonia tan grandiosa
la
de aquel conjunto