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JOAQUIN V.

GONZAI,~

cumbre por la ladera. Al desprenderse del qtttcro

secular, se siente un raro estremecimiento

ck

la ba–

se, como si se le arrancara un pedazo

de

·entrafia;

y

empujadas

ai

abismo, dan Jas primeras vueltas

con lentitud ; pero apenas ban em::ontrado el vacio

y han chocado con otras enclavadas a mayor hon–

d ura, rebotan con fuerza extraor<linaria, como ex-

, pulsadas del .fondo de un crater,

y

van a caer mas

abajo, llevando pedazos de la montaiia que derrum–

ban a su vez., para rebotar de nuevo arrastrando

a

SU

paso los mas robustos arboles y los cardones

centenarios, hasta

convertirs~

en un ventisquero de

piedra que hace estrerhecer la comarca. Una densa

polvareda cubre los senos del precipicio por largos

instantes,

y

cuando

el

polvo se

ha

desvanecido

y

pueden distinguirse los objetos, no se encuentra si–

no una mezcla informe de arboles y fragmentos de

rocas, sepultados en el fondo del abismo. Y si se

tiene en cuenta que esta operaci6n era simultanea–

mente ejecutada por una centena de esos artilleros.

primitivos, sobre la atrevida legion que se dirige

al asalto, ya se imaginara cuan terribles estragos–

sembraba en sus filas.

Este admirable Pucara, que hoy los nawrales lla–

man "el corral de los incas'', sin darse cuenta de·

su verdadero ,objeto, es tal vez el modelo mas per–

fecta que lleg6 a idear la estragedia de aquellos–

batalladores que disputarQn

SU

dominio hasta ' caer

exterminados.

Su situaci6n que lo oculta y Jo defiende a la vez ;.

sus escondidos senderos, la aspereza de las rocas.

y }os arboles del Camino que le da acceso;

SU

po–

sicion en

el

centro de una serie de avenidas quc

buscan su 1lnica salida por ese valle,

y

1a

proxinri-