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bía como . A lJe. ar de que siempre se la había tenido por
demasiado avara.
La vieja era, demás de todo esto, ·un verdadero
ar–
senal de leyendas
y
supersticiones populares, y era incon–
tenible cuando encontraba la ocasión de relatarlas. Pare–
cía encontrar en ello una fruición.
De
esto
h a.bía aprovechado Luis Rumipulla. Y
como había empleado
largos
ratos en escuchar a la an–
ciana el relato de "El farol de la viuda" de "El chu–
. alongo" y de la "Mama Huaca" tenía hasladadas al
li enzo
todas tres consejas de folck--lore.
La calle del cementerio, envuelta en las tinieblas
ele media noche, y a flor de tejados, la titilante luz del
' farol de la viuda" o
te~ido
por una blanca mano trans–
parente, q
Lte
ostenta
o
a
fino encaje en la muñeca, era
el
primer cuadro,
todo
l
m bello juego de luces y
de sombras. Realmente e cernía
ailli
el misterio de a–
qüella hermosa mano cortada, que buscaba infatigable
con sn
funambulesco
farol, no se sabía qué.
Y luego venía el segundo cuadro. En la selva ·bra–
vía des]jzaba' con
tiento su figura el mono misterioso,
el Chusalongo " el mono-sátiro, de mirada
candente
y gran pelaje, que raptaba mujeres.
Y por último, "Mama Huaca". A la luz de la lu–
na,
sentada sobre la breña abrupta, estaba
el h a–
da indiana,
peinando con peine de oro su endrina ca–
bellera. Cerca de élla relucía el montoncillo de mazor–
ca
de oro, con que Mama Huaca pagaba la ofrenda
de niños y de perrillos
tiernos, con
cuya sangre
se
su tentaba. Su
traje era de prince a incásica, y había
toda una expresión de vampiresa en sus belli imos ojos
velado
de un vago ensueño
de venganza.