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méritos, por otra parte, reconocía

en

el

fondo.

Por lo que hace a dinero, trescientos

sucres era

para el mozo una suma

fabulosa. Si al menos le com–

prasen sus cuadros:

-¡Pero quién?.....

El

pobre se

devanaba los

sesos.

Y el corazón se le

oprimía con

1

las

amenazas

JU–

diciales del tinterillo, que

muc~o

más

le atemoriza–

ban, cuanto menos claras se le aparecían

las conse–

cuencias de aquel atolladero.

Pensó en el juego. Mediante el

cual, afirmaba

un

amigo suyo, tenía siempre dinero.

Y

fue al

<;asino por la primera vez.

Pero en e Cflisino, bullicioso de borrachería. y de

8isputa, ante aquella mesota de tapete grasien'to, en que

fall:iba e1. traqueo del eubilete, dejó en manos de gentes

equivocas, q_u_e

en re un ambiente de trasnochada se a–

pretaban, su

retribución de amanuense y

sus aho-

rros.

¡Treces • • . quinas • • • palomas • • . ·cenas!.. ....

En el cerebro se le prendió la sobada cantilena, has–

ta hacerle daño.

¡Cuadras! .

.

. iduadras! .

. .

. jases! .

.

.

.

Y

tuvo que decir a la postre, con risa de empara–

mado, como decían los otros:

¡Ya no

tengo tiempo! .

.

.

. [ya

no

tengo di–

nero] .

.

.

.

y

pasó bochornos, para tomar a crédito el dra–

que de la madrugada, que todavía le exigieron algunos

ti pos melosos.

Doble amargura.

Pero más bien se despreocupó.