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La mu chac:ha sonrió. Y, como disimulando, se volvió
haeia. la loma, donde quedaba euterrada la cántara, como
p¡;¡.ra hacerle una despedida.
- ¡Ifasta la deshierha!
-Hasta la cosecha, dijo Benjamín.
_- Buc110; hasta la C'Oseclia., porque es mío el cántaro,
.\' puedo sacado cuando
~e
me antoje.
- Entonces
Y Benj amín le dij o al oído con pasión.
- ¡Hasta nue tra boda!
Rosalía se detuvo en sil encio, para quedarse un poco
atrás de la concurrencia. Y dijo al muchacho.
-Üyti,
Benja. Yo también te quiero mucho a ti.
Por esta ve' su voe; te11ía una dul ce inflexión.
- ¡Negri !
- iBenj a!
Y e est
'EK~ha.i·
n la mano tiernamente .
Oye, i ui.o a muoh.acha. Bien dice ·. Allá queda nues–
tra chicha de boda. Sacaremo. el
c~ntaro,
cuando vol–
vamos del altar.
- ¿Sólo allí?
-Sólo allí.
-¿Pal abra?
-¡Palabra!
Benj amín se extremeció d@ alegria. Era el primer a–
rrebato de amor de la ¡nu,chacha. Se volvió hacia la lo–
ma, dond e quedaba la cántara, CQfilO había hecho Ro–
sa lía.
- ¡El día de nuestra boda!
Y e estrecharon,
de
nuevo las manos con pasión.
Después conversaron tFanquilameote sobre lo buena
que era la chicha enterrada. Y q·ue muchos señores de