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-102-

J.<:n

Jos

repetidos

deshojes

<le la eosecha, se

~e11taba11

juutos aIJte h1s gavillas del segado

maí:-1, para apo tar

al

juego de

las

rnishas.

A quién hacía más. Y, co11 pretex–

to de haLer perdido a la.

misha.

ob~equiaba

a Benjamín con

platos escogidos, aderezados por sus propias manos,

y

según

qn e había

a¡m~ndido

a prepararlos en la ciudad.

El muebacho, de temperamento apasionado,

110

dejaba

ele sufrir al ver que solameute de manera tan pros;, i< a

Ro–

salía

domo.straba su amor. Jamás un a palabra. Una t·aricia

roncho menos.

Para Beujamín era un hálito frío, poro que

robmtecía

su pasión.

La

familia,

mo ch·

< 'O~tumbre

había seg1egado una

porción de maiz

o

.

en

de

la nueva

cosecha, para el

hJuallo.

Es

<decrt, par

1

la cántara de

<'hicha, que debía

ser enterrada, pa'I:·

flCarse en tiempo da de hierbas. Unos

siete u

Ot~bo

e

. Pm primera vez, Rosalía había pre–

parado la chi ·ha,

y,

madrin a

del

h~tallo,

había

gastado

élla en la compra de la

cántara .

La

vasij a fue conduc;ida al hoyo, adornada de flores .

Era noche

de luna , y en la cima de la loma donde,

se

hizo el entierro de la cán tara, había un

lindo llano. Con–

currencia,

no faltaba . Perico, el nfamado

cantor, estaba

allí con su guitarra.

Se improvisó

su diversión.

Benjamín bailaba con Rosalia. Perico cantó:

''Esos dos que estan bailando,

que parejita

que sou:

quisiera

ser padre Cura,

para dar la bendición" .