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dios

le iuteresabau l'oco , y le disgustaban los

hábitos ele

la

ciudad y la vida de encierro.

Sobre todo tenía muy ma–

l a,;

impresiones de sus compañeras, la señoritas de la. ciu–

<Ltd, que la desdeñaban por pueblerina.

De modo que era para élla como una e ·pecie de ali–

vio verse con Benjamí11, que la trataba con

tanta defe–

rencia.

E l muchacho prot.:nr.tba indagar el motivo de su des–

contento, que se traslucía

en una· marcada t risteza.

-Negrita ¿qué te pasa?.

Y

se uncfan por los hombros como cuando eran más

muchac>hos.

E ll a se resi'tía

'l

contar su:i

si11

·ab0re. ie colegia li:i.. Pe-

ro

al

fi n Je dij

1011

ndo a Benjnmín.

-

¡Quiero vo lv

al caimpo!

- ¿Por qué?

-¡Me tratall

uy m<1 l!

-¿Las monja·?

-Nó.

-¿Las co legialas?

-Sí. Las nobles . Me hauen muchos desaires. Se burlan

de mi . De mi ropa, de lo que h ablo. Ayer me echaron una

palangana de agua de jabón a la

cara. Me llaman "vende

cebollas" y cuando mi madre va

al

uo legio,

suelen decir

'ya viene la tía.

machecosa''

.

.

.

¡Quiero volverme al cam–

po!

L a muchacha

ll oraba co11 angustia. Y Benj amín le di–

JO

con mimo .

-Negrita, este afio concluyes.

Ro alía miró con

fijeza a-1 huapo mozo. Una con–

catenación de ideas se le vino . Y, como en venganza de su

compañeras, refirió lo que

le parecía

inaudito.