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- Son muy malas. Reciben
cartas
de los
jóvenes.
-¿Si?
-A espaldas de
las Ma<lres. Y se burlan de las que
no
tenemos .
.
.
-¿Qué?
L a muchacha se ruborizó.
Y
se resistía, arrepenti-
da de la
confidencia.
El muchacho preguntó con tono duro.
- ¿De las que no
tienen . .
. dinero?
Y
añadió con orgullo:
-¡Nosotros también tenemos dinero! .
¿De qué
se bm::la,n? .
.
.
Ah
iya sé .
. iporque son
nobles! .
.
.
Y
con
solidaridad de clase, el muchacho odió
un mo–
mento con saña a t odo el grQpo de colegialas, compañeras
de Rosalía, a 4 uienP,S había vi to varias veces salir juntas
a paseo; y que le habían pn.recido entonces una bella vi–
sión
in accesible. Con terco seño, comparó para sí. Pensan–
do:
-
¡Ninguna es tan bonita como Rosalía!
Y
prosiguió:
-;,Se burlan
de
tí, porque no somos noble
?
- Nó.
Y, apremiada, , tuvo que concluir a media voz.
-Se burlan de las que
no tenemos .
. novio .
Y calló, como con
remordimiento de que su rencor
la hubiese llevado a hablar demasiado.
iDe las que no tienen novio!, mascu lló el muchacho
mentalmente. Y se ruborizó de manera visible.
La muuhacha trató de componer.
-Oyes . .
. sabes .
.
.
Pero más bien se afirmó.