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bía
enviado para su hijo una sotana muy
lujosa . Allí
estaba sobre la cama de
fierro de
la celda, para la toma
de hábito del día siguiente.
Allí estaba doblada sobre el
lecho;
y
al
joven pa–
recíale aquella sotana como el uniforme de un penal, como
una camisa de fuerza.
Literalmente
tuvo miedo; y
rugó.
Se regresó a
su
aldea,
y
anduvo de
huída algunos días.· Hasta que una
noche, en que su padre estaba
ausente de casa, fuese all á
en compañía de varios amigos.
La noche est aba oscurísima. Sólo un
fulgor: la bu–
gía del cuarto
de Rosalía.
Benj amín
e~
oró. L ;:i.
muchacha velaoa sobre su la-
bor del sombre ·o d
tloquilla.
-
iRosalía!
Nadie con esto.
Benjamín, lo que nunca, aplicó a sus labios ]a botella
de aguardiente, que los amigos tenían . Arrancó a uno de
éllos la guitarra,
y
se puso a cantar. Nunca lo había he–
cho en público; pero la vieja serenata de Pierrot, aprendida
en la ciudad, brotaba de sus labios como una propia
y
apa–
sionad a inspiración.
Los compañeros le escuchaban sorprendidos.
Ignora–
ban que cantase con tanta habilidad.
En esto ladraron los perros.
-
¡Don Vicente! exclamaron a una los amigos, y cada
cual, a saltos
y
empell ones, se puso a salvo como pudo.
Benjamín estaba como absorto.
''Ven, sal, rosa temprana,