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-108·-

bía

enviado para su hijo una sotana muy

lujosa . Allí

estaba sobre la cama de

fierro de

la celda, para la toma

de hábito del día siguiente.

Allí estaba doblada sobre el

lecho;

y

al

joven pa–

recíale aquella sotana como el uniforme de un penal, como

una camisa de fuerza.

Literalmente

tuvo miedo; y

rugó.

Se regresó a

su

aldea,

y

anduvo de

huída algunos días.· Hasta que una

noche, en que su padre estaba

ausente de casa, fuese all á

en compañía de varios amigos.

La noche est aba oscurísima. Sólo un

fulgor: la bu–

gía del cuarto

de Rosalía.

Benj amín

e~

oró. L ;:i.

muchacha velaoa sobre su la-

bor del sombre ·o d

tloquilla.

-

iRosalía!

Nadie con esto.

Benjamín, lo que nunca, aplicó a sus labios ]a botella

de aguardiente, que los amigos tenían . Arrancó a uno de

éllos la guitarra,

y

se puso a cantar. Nunca lo había he–

cho en público; pero la vieja serenata de Pierrot, aprendida

en la ciudad, brotaba de sus labios como una propia

y

apa–

sionad a inspiración.

Los compañeros le escuchaban sorprendidos.

Ignora–

ban que cantase con tanta habilidad.

En esto ladraron los perros.

-

¡Don Vicente! exclamaron a una los amigos, y cada

cual, a saltos

y

empell ones, se puso a salvo como pudo.

Benjamín estaba como absorto.

''Ven, sal, rosa temprana,