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ñal.

Al día sigui eDte, Benjamín, que había dormido en el

puro

suelo, se despertó con sobre&alto. Don Vicente torna–

ba.

-¡Canall a. adela.nta!

El muchacho se puso de pie,

y

mi ró a su padre con

dignid ad. Cer ró Jos ojos con violencia. Fue el . único ges–

t o de su herida altivez.

- ¡Adelanta, canalla!

En el patio estaban ensill ados dos caballos. Don Vi–

cente ordenó al mucha.cho cabalgar en uno de éllos.

---¡Canalla, adelanta !

Benj amú e

í

puesto un fue

1

rte cordel, prra que lo

'uj etara Don

1

71

u e. ] o misrr.o tenía otra cuerda el caba-

llo · que monta

el TI\'ancebo.

Era muy

.d

añana. Hacía mucho

frío.

Ro alía mi-

raba la esce

re

n

G

llaqa trii::teza. Se acer ó a Benj amín,

y

le <li ó u ia bufanda de hilo

fü10.

Su mejo r obra. de cole–

gio. Se r etiró llorosa.

Y por el camino solitario

y

ahíto de niebla, el man–

cebo, cabizbajo

y

a.tado, se alejó conducido, como un in–

dio abigeo. ·

-iAl Semin ario, canalla, al Semin ario!

Rosalía se entró en su cuarto

y

lloró. Lloraba arro–

dill ada ante un antiguo crucifijo, que había sido de la

madre de Benj amín. Mil pensami entos se le venían, que

no sabía coordinar. Y levantaba al crucifijo sus bellos

y

llorosos ojos verd es. Uo par de cardenales de su alma. Con–

cretó por fin un pensamiento. ¿Benjamín sería para élla o

para Dios? No se supo responder.

Y se condenó a callar.