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M. JULIO DELGADO A.
Continuando en el estudio de la vida privada del indio quebradeño, di·
remos: duerme en el suelo, un-0 que otro s-0bre tarimas de barro y chaclas,
llan,adas pQr él,
cawuito.
Tiene por colchón, dos o tres cueros de oveja,
m1a o dos frazadas -de
lana de oveja tejidas por él mismo ;
la mayoría
tiene un cobertor hecho de infinidaod de
trapos y retazos de fraza<las,
el c·ual denomina
ckompi . o
lima-palio.
En la misma cama de los padres
duermen los hijos. En el <!ormit-Orio, pasan la noche los conejos o
ccuis,
ga–
ll inas, gato y a veces el perro, animal indlspensable para el indio. ;El dor–
mitorio sirve a la vez de cocina, sala de recibo y comedor.
Es fácil deoducir la falta de higiene del aborigen.
De aquí el coeficiente alarmante de la mortalidad. Así tenemos Sicuani,
población medianamente civilizada ha arroja-do
47
por
1000,
eomo índice de
defunciones ·en·
1917,
según el informe del Médico Titular; en cambio Ica,
depa,rtarúento insalubre, en el mismo año odió
42. 67
por
1000
(Memorias e
informes de Médicos Titulares-año
1917).
Oigamos al doctor August-0 A. Belaúnde, Médico Sanitario del Depar·
tamento del Cuzco, año
1917,
quien hizo una visita general
~
todos los pue–
blos del referido -departamento : "Penetrar a una choza rúslioa o a una ca•
sucha urbana de una familia india, es someter a la vista y al olfato a sen·
saciones indescriptiblemente desagradaibles. La habitación de la familia in·
día, es pequeñ_a generalmente, de teclilis bajos,
oscura,
sin
ventilación
siempre. Pa a pene rar en ella hay que inclinarse hasta quedar
doblado
en -dos, pues es siempre una puertecilla pequeña, único punto de acceso
a
la luz y al aire. Jamás se ve otra puerta o ventanilla alguna, por donde en·
tre una ráf ga de aii:e o un rayo de luz, lo que obliga a permanecer largo
rato en la habitación .sin ver casi nada de ella, hasta que los esfuerzos del
ojo, acostumbrado a aquella oscuri·da<l, permite que lentamente se vaya d!·
señand-o los más variados objetos y diversos animales, en cuya compañia
viven siempre los 'indios. Mientras tanto el olfato sufre la tortura de olores
fétidos, nauseosos, casi característicos. Cacharros de cocina, útiles de la·
branza, legumbres, granos, piltra.fas de earne deseca-da y putrefacta, cán·
taros de ehicha, gallinas, perros, cuyes
y
ehanchos; todo
SE'
confunde
en
una complejidaod
y
hacinamiento indescriptibles. En el suelo,
echa-dos
o
sentados, se ve también hasta diez o doce miembros de la misma familia.
Los niños generalmente desnudos o con girones de •harapos sobre los hom–
bros, constituyen toda su repugnante
y
a veces risible indumentaria. Y, esos
lCi
o
12
semblantes son pálidos, gris-amarillento, de ojos azorados, tímidos.
desconfía-dos. Los chiquillos huyen asustados a esconderse tras de los tras–
tos
y
prorrumpen en C·hi)lidos, si se da un paso para aproximarse a ellos:
es toda una familia atacada de una epidemia. En unos la enfermedaod est.A
en plena evolución. Los otros están convalescientes. Tirados en el suelo so–
bre una piel de oveja están los enfermos co:r;iservando sus ropas. Eslas ro–
pas, como pasa siempre con los indios, han sido colocadas en su cuerpo años
atrás,
y
han de separarse de ellas cuando caigan hechas girones. Con eNas
concurren a sus labores
y
con ellas duermen. Un enfermo en estado febril,