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M. .TULIO DELGADO A.
píritu agrícola, cuya labor necesita mutuos servicios, luego, por una natural
atracción de sexos, como veremos después, y finalmente, por el estado psi–
oclógico <le! indio. Hemos <licho más adelante que el indio vive sociológlca–
mente la vida de la nutri.ción y reproducción y con una rudimentaria con–
cepción social, dentro ode su comarca y sus semejates. No se pue<le juzgar
al indio a través del criterio occidentalista. Es cierto, que Juan B. Justo,
en su "Crítica de la Historia", dice que no puede juzgar el pasado sino por
los elementos del presente; también no es menos cierto, que hemos ele
juzgar el pasa<lo del vernáculo con los elementos actuales y vivientes del
mismo. No se trata de la sociedad occidental pasada, por eso no es posible
comparar un matrimonio del blanco con un matrimonio del indio. La con–
vivencia del in<lio no casado no es propiamente concubinato.
Imaginemos un indio que se casa según nuestras costumbres, sin
pasar previamente por esa etapa de la prue'ba, jamás perdurará el matri·
monio así celebrado. De otro lado, los adulterios son escasos entre los
In–
dios.
¿•Qué
prueba esto a pesar de su infantilismo? Es que, para contraer
1p.atrimonio, se estudian mutuamente su caracteues, si la una es· apropill'da
pura el otro, si el uno es ocioso o trabajador, etc. Hemos visto en las .po·
b1aciones urbanas, el matrimonio sin esta previa i)rueba, de Jos raros que
se presentan, pues aquel no ha durado muoho tiempo. ·Como se ve, el indio,
con profun a vi¡;ión ·de las reaJlf.dades de la vida, practica aquella costum–
bre. Alguien dirá q e viven en esa forma ilegitima, por no poder pagar
los derecho parroquiales. Nada má:s fa)so. Aun cuando tienen dinero
no pres<Cinden de la prue·ba. Porque los padres de Ja
wadha
y del
majta,
no aceptan un unión exabrupta y fácil. No hay duda que tienen muy en
cuenta la
onven1enc·ia
y no nos parece un
d~fecto,
sino propio de
un espíritu pracmáUco, no guiaido por una quijotada;
y
como las partes son
libres <le ver las conveniencias o inconveniencias de un contrato, toda vez
que el matrimonio no es sino un contrato
sui genéris,
es obvio que no hay
razón para tildarlos.
Veamos cómo es el acto· de la pretensa para examinar la reaUdad
de esta institución. El joven indio o el indio viudo, al son de su pin::uíllo
ronda a su elegida, ora en las laderas donde la wacha pasta ovejas, vaca:s
o borricos, ora en las
eras
(llámanse
eras
los sitios en donde trillan y avíen·
tan la ·cebada, trigo
y
ihabas). A esas eras, envían a sus hiJas con el objeto
<le cuidar la
carma
(1) de trigo, habas o cebada,
y
como1casi siempre en el
mismo sitio tienen otros <lel aillo, no faltan jóvenes indios. De ahí surge
el i<lilio sencillo. En medio de adivinanzas
y
juegos, el joven indio arre–
bata la
lliclla
u otra prenda de la
wacha,
quien con interés de recu$)erar–
la persigue al indio. Este hecho es significativo,
porq.ueimplica una acep–
tación tácita de la
pretensa.
Desde entonces se suceden lo que nosotros
(1)
Carma,
significa conjunto de trigo, habas o cebada en mazorca
en forma de pabellones. ·