-113-
la plaza a la nueva autoridad para rendirle aca–
tamiento. Luego, se retiran. Aprovecha esta cir–
cunstancia Armendi para atacar a los que quedan.
Las detonaciones de mosquetes
y
arcabuces, atrae
a los demás vicuñas. Se organiza la hueste crio–
lla, con su bravo Alonso de Ibáñez al frente. Y
se entabla la lucha sangrienta. Breve fué la con–
tienda, pero quedaron en las calles, entre los
treinta vascuences caídos, los cadáveres de Ar–
mendi y del alguacil mayor. Vibraron las cam–
panas de todos los templos y las congregaciones
religiosas salieron a las calles a estancar el re–
guero de sangre, con la imagen venerada del San–
tísimo, Juez inapelable de aquel pueblo religioso
y viril.
E:J. crrregidor e e ail, repuesto de las heridas
que recibie a en la
r~üiega,
toma sus medidas re–
presivas y crea, a-ra su custodia person<J,l, una
escolta de ein<me a p azas. Ibáñez, a su vez, for–
talece, con jo - enes briosos y esforzados, el nú–
cleo de
&'liS
guerrilleros. Y aprestados con aquel
incontenido contingente de sangre moza, convida
a su orgulloso c-ontendor, a decisiva batalla cam–
pal. Quinientos hombres, aleccionados por el. co–
rregidor y sus tenientes en el local de las ·Cajas
R'eales, bajan al descampado de Munaipata, re–
cogiendo el gallardo desafío. Cinco largas horas,
al decir del cronista, dura el entrevero, hasta:
que la suerte de las armas decide la victoria por
el brazo vicuña. Con este triunfo, que importa
para la historia americana, el bautismo de san–
gre de nuestra emancipación política, toma <mer–
po, en los criollos, la idea de libertarse del pode–
río español, mientras en los vascongados, a cuyo