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nativos, por lo odioso y contumaz, fomentó una
tumultuosa pueblada que prendió fuego a la ca–
sa de Loyola y rescató el juvenil contingente, des–
tinado a morir en tierras araucanas. Y
al
frente
de los redentores que con tal braveza se atreven
a retar el mandato virreina!, aparece la gallarda
figura de don Alonso de Ibáñez.
Cohibido por el fracaso, Loyola regresa a Li–
ma. Le reemplaza en su empresa Don
·D~ego
de
Ar:mendi, vasco de altivez
y
de duras entrañas.
Intolerante y atrabiliario, lejos de paliar los en–
oonos guerreros, Armendi excita el odio de los ban–
dos, ahonda las ambiciones políticas, y lleva has–
ta el fondo de los hogares
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en forma de intrigan–
te regr •·' ocial, el pleito de las armas que se
liquidalla d riamente, y a fierro limpio, en el arro-
yo. Pa ec
- según la tradición y el cronis-
ta - qu
icuñas se negaTon a matrimoniar
hijas
y
he.l' na con los vascuences. Y aquí se
cita la intore-sca fan!fanonada de Armendi:
'' ¿
Qué no quieren ser nuestras las vicuñitas?'' ...
' 'Pues hoinJbres somos para conseguirlas con la
punta de nuestras espadas!'' . . . Y se cita, tam–
bién, que tales espectáculos de ardimjentos beli–
cosos
y
disolución social, dieron pie a los raptos
cuasi-feudales, de la Bella F1oriana y de Doña
Margarita Astete de Ulloa, comentos que han re–
cogido de la escTita traéllición avezados historió–
grafos . ..
Tan insólitos acontecimientos, movieron al vi–
rrey a enviar a !Potosí corregidor propietario .
.Armendi, rindiéndole pleitesía, sale a recibirle al
camino, acompañado por copioso séquito vascuen–
ce. Los vicuñas, formados· en orden, esperan en