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-107-

to que el profundo socavón y el copioso

d~smon­

te, que rueda por la falda, hablan claro de una

explotación eficaz. Atraídos por la presa del San

Juan de Orro, bajaron un día, a la playa,

las

águilas que fueron a prender su nido en las grie–

tas de esta montaña. Suspendieron su latir las

galerías abiertas en la roca viva;

y

mientras se

levantaba el centro poblado, como un campamento

de gandules, el egoísmo mercenario cegaba, con las

piedras innocuas la boca-!flina, arrasando el vesti–

gio que pudiera entregar a otras manos la riqueza

atesorada por el cerro.

Pero, no supuso la sordidez de los aventureros,

que pondrían un día las piedras miserables, tira–

ras al cascajo, superar la validez del oro, recla–

madas por e] odio de 1os pueblos. De ahí el anti–

monio, que los modern os buscadores han ido

aJ

sustraer del obraje abadonado, S'in que su indus–

trialización rec-lame otro esfuerzo que el saco, el

' ' ehancaj e' ' e em.enta

y

la selección de pederna–

les. Sobre este hallazgo se ha improvisado una

fortuna. Violentando el cerrojo que guardaba el

corazón de la montaña, brillaron, a la luz de los

mecheros, las vetas macizas empavonadas de cuar–

zo, las vetas interminables, vigorosas, amplias, con

espesores máximos de tres metros, donde la barre–

ta se hinca con fruición

y

la dinamita arranca sin

piedad pedrones formidables.

Pero la riqueza firme, que abre un perdurable

porvenir a este cerro grávido, está en el cuarzo.

Etntre el 3.lltimonio opulento

y

la traquita despre–

ciable, corre el cuarzo aurífero. E[ antimonio tie–

ne una ley de 66 a

'68

olo, pero el cuarzo da 4 on–

zas

y

media de oro por tonelada. ¿Y el desmon-