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to que el profundo socavón y el copioso
d~smon
te, que rueda por la falda, hablan claro de una
explotación eficaz. Atraídos por la presa del San
Juan de Orro, bajaron un día, a la playa,
las
águilas que fueron a prender su nido en las grie–
tas de esta montaña. Suspendieron su latir las
galerías abiertas en la roca viva;
y
mientras se
levantaba el centro poblado, como un campamento
de gandules, el egoísmo mercenario cegaba, con las
piedras innocuas la boca-!flina, arrasando el vesti–
gio que pudiera entregar a otras manos la riqueza
atesorada por el cerro.
Pero, no supuso la sordidez de los aventureros,
que pondrían un día las piedras miserables, tira–
ras al cascajo, superar la validez del oro, recla–
madas por e] odio de 1os pueblos. De ahí el anti–
monio, que los modern os buscadores han ido
aJ
sustraer del obraje abadonado, S'in que su indus–
trialización rec-lame otro esfuerzo que el saco, el
' ' ehancaj e' ' e em.enta
y
la selección de pederna–
les. Sobre este hallazgo se ha improvisado una
fortuna. Violentando el cerrojo que guardaba el
corazón de la montaña, brillaron, a la luz de los
mecheros, las vetas macizas empavonadas de cuar–
zo, las vetas interminables, vigorosas, amplias, con
espesores máximos de tres metros, donde la barre–
ta se hinca con fruición
y
la dinamita arranca sin
piedad pedrones formidables.
Pero la riqueza firme, que abre un perdurable
porvenir a este cerro grávido, está en el cuarzo.
Etntre el 3.lltimonio opulento
y
la traquita despre–
ciable, corre el cuarzo aurífero. E[ antimonio tie–
ne una ley de 66 a
'68
olo, pero el cuarzo da 4 on–
zas
y
media de oro por tonelada. ¿Y el desmon-