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POR FJL PAIS UE LOS MET

ALE:S

La demanda de 'Eluropa ha renovado, en las

provincias potosinas, la fiebre del metal. Se repro–

duce la leyenda de la Cólquide. .Pero esta vez,

la piqueta de los buscadores no destripa el vien–

tre de los cerros en: procura del argento, que ten–

tó la cod·icia colonial. Metales secundarios, - ·•·•me–

talejosn, para el concepto despectivo de los con–

qu istadores, - han fundado esta nueva Califor–

nia, entregada, con desprendimiento, a la herra–

mienta elemental, al arria

y

al

tren.

El

antimoni , que ha t:vocado su función edu–

cacional de

t~

e imprenta, en mortífero pro–

yectil, fué bazofja

pa

a los argonautas penitnsu–

lares. Se buscaba tesoros fáciles en las corrientes

á'lll'icas ;

y

el rosicler y el cohizo, en el seno de

los montes.

Eos

el!l.á$, - el estaño,

~1

bismuto,

el antimonio, el wolfram, el cobre mismo, - fp.e–

ron metales innocuos, aventados

al

faldón entre

el cuarzo y la inservible riorita de los cerros. La

aventura tuvo, sin embargo, su simpática peculia–

ridad : cada beneficio fué el asiento de un pueblo

con mayor o menor supervivencia, según la pro–

digalidad de sus metales. La Paz, nació de los la–

vaderos del Chuqueyapu, de pepas lujuriosas; Oru–

ro, floreció con la revelación eternamente reno–

vada de sus venas argentíferas; .Potosí, a la vera

de su cerro inmortal. .. .Pero, junto a estos cen–

tros, q e lograron urbanizarse definitivamente, la

especulación fundó ciudades que morían con la úl–

tima palada de metal, destinada a magnificar la